2Q. Pensamiento II
Una universidad para el contexto local.
Nacieron en la edad media, entre 1000 y 1100 e.c. aproximadamente. Las primeras en Bolonia (1088), Oxford (1096) y París (1150). Del Latín: universitās magistrōrum et scholārium, traduce comunidad de profesores y académicos. Adoptaron tinte religioso (católico) en principio. Al igual que la primera fundada en Bogotá en 1580 por orden de predicadores. Unos siglos más adelante ganaron tinte público y laicidad al convertirse en una necesidad a satisfacer por el Estado. La historia es más profunda y compara escenarios en que se formalizaron métodos educativos y otros en los que los estudiantes no definían las materias a estudiar. Quedaban definidas por quienes instruían.
Las mutaciones de la institución que se conoce como universidad han sido amplias y profundas. En un libro publicado en 2011 titulado The Innovative University y escrito por el gran C. Christensen y H. Eyring, se plantea una crítica profunda a lo que es y procura la educación universitaria hoy. Un resumen brutal propone un modelo de competencia (económico) tipo Stackelberg en el que hay un líder y que los autores asocian a la Universidad de Harvard, y varios seguidores que buscan “triste y vagamente” ese modelo educativo (salvo una universidad atípica que se atreve a ser y asumir sus diferencias a profundidad). Por definición, una paradoja como la de Zenón en la que la liebre (seguidores) nunca pueden alcanzar a la tortuga (líder).
Lo anterior sucede en parte porque los seguidores se descontextualizan de la realidad económica que impactan tanto en la disposición a pagar de quienes allí estudian, como en las características de la economía productiva que alojan y por ende, a su vez, en la idea de “educación académica” que promueven que en últimas promueve o alimenta un modelo productivo diferente al local.
Aunque confusa, la idea contrasta al compararla con la presentada por X. Cirera y W. Maloney en un libro recientemente publicado por la Universidad de Los Andes: La paradoja de la innovación. Ellos sugieren que hay una brecha por cerrar en la productividad de los países en desarrollo como Colombia que implica, entre otras cosas que no son sorpresas: alto grado de inversión en capital físico y humano, y una estrecha interacción entre academia, sector productivo y Estado. Sin embargo, además de eso proponen políticas de Estado que favorezcan una innovación que no necesariamente (i) copie modelos de desarrollo económico internacionales y de países desarrollados; y (ii) usar métricas convencionales de desarrollo como inversión en I+D respecto al PIB. Por el contrario, recomiendan (j) enriquecer el capital humano orientado a unos sectores específicos que potencien el crecimiento de la economía local para dinamizarla lo suficiente para generar productividades crecientes (ojalá exponencialmente) a escala. Esto es, encontrar el sector cafetero de otrora, o el sector petrolero reciente, que se ajuste a las necesidades locales y globales de los próximos 50 o 100 años. Y como propuestas aparecen las economías del hidrógeno verde, bio y agro industria, y (jj) estrechar el vínculo de trabajo entre el sector académico de carácter técnico y profesional con el sector empresarial buscando que la innovación que favorecerá el crecimiento de los factores productivos nacionales, se oriente al sector productivo local y no necesariamente a la publicación de artículos académicos con aplicaciones distantes en el tiempo del sector real local.
Es decir, y sin querer simplificar la discusión pero sí abrirla, orientar las tesis de pregrado, maestría y doctorado nacionales a hacer más eficiente y productiva la economía local (fábricas de arepas por ejemplo), y no necesariamente hacer contribuciones cognitivas a la punta del estado del arte en revistas indexadas internacionales que podría ser tarea de otro momento nacional, una vez se supere el déficit económico productivo actual.
Toda esa productividad, orientada no a engordar un miope PIB per cápita, sino por el contrario, a un holístico y completo índice de pobreza multidimensional. Motivo de otro pensamiento