A LA MEMORIA DE VALLE
El próximo martes se cumplen veinte años del asesinato de Jesús María Valle Jaramillo, en su oficina de abogado situada en el viejo Edificio Colón del centro de la ciudad; con él partió un hombre humilde que, desde su cuna en el corregimiento La Granja de Ituango, llegó a Medellín a estudiar bachillerato en el Liceo Antioqueño y Derecho en la Universidad de Antioquia, donde brilló como dirigente estudiantil.
Como ser humano fue un hombre riguroso y muy respetuoso; nunca, ni siquiera en momentos difíciles, le escuché proferir expresiones infamantes. Fue una persona justa, buena, pacifista, solidaria y humanista, un amigo cálido y muy virtuoso.
Por su despacho desfilaron muchas personas humildes que buscaban ayuda y él las asistía casi sin cobrar honorarios profesionales; sus defensas estaban llenas de nobleza y transparencia, todo lo cual hacía de él un jurista siempre comprometido con la libertad y la defensa de los principios, sobre todo cuando actuaba en las dependencias militares en los consejos verbales de guerra de la época.
También se destacó como apóstol de los derechos humanos y sus denuncias contra los violadores le costaron la vida, cuando se desempeñaba como presidente del Comité Departamental de los Derechos Humanos que él mismo ayudó a fundar; asimismo, creó la Liga de Usuarios de Servicios Públicos Domiciliarios de las Empresas Públicas de Medellín.
Además, fue profesor en diversas facultades de Derecho de la ciudad donde impartió cursos de ética profesional, procedimiento penal, oratoria forense y justicia penal militar; en esta última cátedra lo conocí como alumno. Así mismo, fue promotor de muy importantes concursos de oratoria, en los cuales se formaron jóvenes que luego se lucieron como abogados o catedráticos.
Igualmente, su paso por los estamentos directivos como presidente del Colegio Antioqueño de Abogados (Colegas) y del Colegio de Abogados Penalistas de Antioquia, hacen que se le recuerde por su espíritu de lucha, tenacidad y su capacidad organizativa; con su apoyo, publiqué uno de mis primeros libros y, con él y otros colegas, confeccioné un par de textos colectivos más.
Al mismo tiempo debe destacarse su faceta como dirigente político cuando, recién egresado de la Facultad, fue electo diputado a nombre del partido conservador; fue concejal de su querido Ituango donde luchó a brazo partido por los derechos de los campesinos linchados por los criminales paramilitares. De igual forma, a nombre del movimiento API buscó ser elegido como miembro de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991 pero su aspiración, resultó fallida; sin embargo, ese fue un muy grato ejercicio de la democracia participativa.
Su valentía era mayúscula; a propósito, recuerdo cuando - pocos días antes de su dolorosa partida-‒un colega y yo lo invitamos a almorzar para manifestarle nuestra preocupación por su seguridad; él, al despedirse (¡era su adiós definitivo!), se subió al muro que cierra la fuente del Parque de Berrío y nos puso las manos sobre nuestros hombros, para exclamar: “quédense tranquilos, las ideas nunca mueren”.
Su horrendo crimen aún conmueve al país entero y suscitó la condena contra del Estado colombiano por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos; sin embargo, dos décadas después de su partida, él alumbra nuestros corazones y sus palabras, pronunciadas en un informe sobre la situación de los derechos humanos, el 25 de agosto de 1997 en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, aún resuenan en los oídos de todos: “aquí estamos y aquí estaremos siempre, en el fragor de la lucha o en la quietud de la muerte”.
Era, pues, de tal magnitud la estatura moral de Valle Jaramillo -para quien todo ser humano debía dar testimonio de su vida-‒ que, con el transcurso de los años, su figura y su ejemplo crecen y se multiplican, mientras la ignominia de sus asesinos los sepulta en los sótanos más hórridos de la historia; ellos, sin proponérselo, lo hicieron cada vez más grande y jamás lo podrán silenciar.