Columnistas

A las heroínas

08 de mayo de 2016

Viviste la metamorfosis de tu cuerpo, no siempre en armonía, no siempre a gusto. Te sentiste extraña, somnolienta, cansada, adolorida y desbalanceada. Lo tuviste en tu vientre menos de lo esperado, pero luego viviste horas interminables frente a una incubadora, entre cables, tubos y sonidos extraños diste la vida con el vientre, la sangre, el tacto y la voz. Eres la que no vio una prueba positiva, pero sí recibió una llamada que trajo a tus brazos una vida parida por la piel, salida de la misma esquina del corazón pero con otros efectos en el cuerpo.

Descubriste que tus brazos, tu voz, tu mirada, tu regazo son como un gran lago al que van a descansar los arrebatos de llanto. Viste amanecer contemplando la maravilla que es el ser humano.

Dudaste y tuviste miedo de preguntar. Fallaste y te sentiste culpable. No tuviste la respuesta, ni cumpliste al pie de la letra el manual. Te sentiste más cerca de tu mamá y de tu abuela, al unísono con ellas como si algo dentro de ti viniese directamente del centro de la Tierra o de lo más profundo de la historia.

Con su manito entre la tuya caminaste calle abajo y en el redescubrimiento de los lugares sagrados de la infancia, que ya habías declarado obsoletos, volviste a explorar el mundo. Al ver la expresión de maravilla en su carita te diste cuenta que tú también estabas aprendiendo a vivir.

Has sido princesa y dragón. Has sido todos los animales de la granja. Has sido modista. Paleontólogo. Chef. Piloto de aviones de guerra. Astronauta. Capitán de barco, de los buenos y los piratas. Has sido historiadora de tu país, del universo, de tu propia familia. Has sido heroína, médico fuente de energía. Has manejado espadas, pinceles, linternas, destornilladores. Has curado peluches heridos y has restablecido la salud de los muñecos que habían sufrido pérdida total de un miembro. Has sido filósofo y teólogo, has simplificado la separación, la muerte, el adiós, el dolor. Has usado el lugar común y la estrategia más brillante para lograr algo tan sencillo como que pruebe la sopa o algo tan duro como que se deje inyectar por enésima vez. Has sido todopoderosa, juez, razón, motivo, refugio, latido. Has sido un supermercado y un aeropuerto, un diccionario, un oasis. Has sido el hada que se ha inventado mundos para que la crudeza de la realidad y lo abyecto del mundo no traspase la atmósfera que protege su inocencia.

Te has encerrado a llorar mordiéndote los labios. Maquillándote la cara y las emociones. Fuiste el Atlas con el mundo a cuestas, con el corazón a rastras, casi convencida de que el siguiente paso te iba a quebrar, al otro lado del espejo una imagen irreconocible. Llegaste a ser un monstruo. Por el camino fuiste revirtiendo todas las promesas que te habías hecho antes de que naciera. Una situación cotidiana ha sacado lo peor de ti y has perdido la paciencia y la razón. Te exiges tanto que a veces no te perdonas ser humano.

La cosa más simple como un par de zapatos, el cepillado de unos dientes, un acto de fin de curso, un examen, han tomado las dimensiones de La Gran Muralla China.

Has tenido chicle en el pelo, piojos, ojeras, kilos de más. Tu sonrisa ha iluminado su galaxia. En tus ojos se ha abierto un oráculo. Has llegado a tu casa como un burro de carga, con los libros, loncheras y el perro a cuestas. Has perdido el sueño, el aliento, algunas amigas. Has leído el texto más maravilloso del mundo en las letras casi indescifrables con que por primera vez escribió su nombre.

Entendiste de pronto que tu trabajo no es ser perfecta, sino estar. Como el sol. Cada mañana. Con un solo motivo: Amor infinito. Sin que sean necesarios argumentos, ni recompensas, ni castigos. Con tu forma de hablar, de reír, de doblar la ropa, de distraerte, de encerrarte en ti misma, de alzar la voz, de mirar a los ojos, de besar, de entonar la lectura, de cantar, de ser.

Eres madre.

Eres una sola e irrepetible.

Eres suficiente.

Eres todo.

Nada menos que una heroína.

¡Feliz día!