Columnistas

AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS

23 de octubre de 2017

Esta frase de Jesús (Mateo 22, 15-21) indica la existencia de dos planos: el de la sujeción a las leyes civiles en el ámbito estatal y el de la obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa. No son planos necesariamente opuestos, pero sí distintos y no deben confundirse, como ha ocurrido y sigue sucediendo en los fundamentalismos tanto políticos como religiosos, cuando no se respetan las competencias correspondientes.

Pero esto no quiere decir que la religión no tenga nada que ver con la política. Sí, y mucho, por cuanto reconocer a Dios como el único Señor implica llevar a la práctica la justicia social que la fe exige. Los cristianos y en general los creyentes en Dios que se han negado y se siguen negando a la divinización de los poderes terrenos y a todas sus formas de tiranía, al hacerlo toman posiciones políticas en el sentido del reconocimiento de todos los seres humanos como personas, con su dignidad y sus derechos.

Contra las pretensiones totalitarias de cualquier soberanía terrenal, Jesús proclamó el Reino de Dios. No como un imperio que suplante a las autoridades terrenas, pues como Él lo dijo también, su Reino no es de este mundo, y como lo mostró en la práctica, nunca cedió a la tentación del mesianismo político haciéndose o dejándose proclamar rey. Pero sí como el reconocimiento eficaz de la soberanía absoluta de Dios frente a toda pretensión de tiranía por parte de los poderes políticos.

El reconocimiento de la soberanía absoluta de Dios implica para cada uno de los creyentes el compromiso de contribuir a la realización de la justicia social, específicamente en el contexto de la situación de pobreza, inequidad y violencia que desde los inicios de la evangelización cristiana hace poco más de cinco siglos viene padeciendo nuestro país en este continente americano en el que, con no poca frecuencia, se ha confundido el plano de la religión con el del Estado, pero también en el que se ha tratado y se sigue tratando de reprimir la justa reivindicación de la dignidad y los derechos humanos con los falsos argumentos de una religión privada reducida a las sacristías.