Columnistas

Alabanza de su gloria

11 de noviembre de 2021

La pandemia universal 2021 es un momento propicio para preguntarme quién soy yo, de dónde vengo, qué camino recorro y adónde me encamino, teniendo en cuenta el asombro del salmo octavo: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies”.

Sor Isabel de la Trinidad (1880-1906), carmelita descalza francesa, tomó para su vida el lema de ser “Alabanza de su gloria”, referido al ser divino, hasta el punto de firmar sus cartas así: “Laudem gloriæ”, que significa “Alabanza de gloria” del ser divino. Para sor Isabel, cada sentimiento, cada pensamiento y cada palabra tenía esta inspiración: “alabanza de gloria”. Isabel participaba así de la gloria que alababa.

Alabanza, palabra llena de misterio, tan tierna como penetrante. Alabar es elogiar, ponderar, reconocer la grandeza y magnificencia de alguien o de algo. En la alabanza intervienen dos actitudes. Una atención esmerada, gracias a la cual descubro la grandeza, la belleza y la majestad de lo que alabo y, a la vez, gran generosidad para reconocer esos atributos de bondad.

Cuando leo a Juan (1,14), me quedo sin palabras. “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad.” Quien tiene la oportunidad de contemplar su gloria, expresa su deslumbramiento en alabanzas.

El vidente del Apocalipsis se sentiría en éxtasis con la revelación de los veinticuatro Ancianos, que “arrojan sus coronas delante del trono diciendo: ‘Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo, por tu voluntad existe y fue creado’” (Apoc. 4,11).

Cuando oramos diciendo: “Por su inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial”, no estamos engrandeciendo al Creador, cuya grandeza es infinita, estamos más bien participando de su grandeza divina. Lo mismo podemos decir de María cuando oró así: “Engrandece mi alma al Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”, no estaba engrandeciendo al Señor, estaba participando de su grandeza divina.

Me siento muy estimulado cuando alguien me alaba y, así, me vuelvo más creativo y responsable. La alabanza me llena de gusto y alegría para vivir mejorando lo que hago. Destinados a vivir de la alabanza por toda la eternidad, será poco lo que hagamos por aprenderla desde ahora