ALERGIA AL DOLOR... A LA CRUZ
La encuesta sobre la persona de Jesús arrojó un balance positivo en comentarios, pues todos lo consideraban como uno de los grandes en la historia de Israel. Este mismo balance positivo se obtiene hoy cuando se hacen encuestas de opinión sobre Jesús: es un hombre grande, un hombre de masas, un filántropo, un moralizador, un contestatario, un hombre intachable, un valiente predicador de la justicia y la fraternidad, un mártir del amor a manos de la injusticia... Pero no todos confiesan el aspecto nuclear de la divinidad de Jesús, y sin esa confesión Jesús queda reducido a poca cosa.
La fe cristiana consiste en afirmar, como Pedro, que Jesús es el Hijo de Dios. El paso desde el reconocimiento de la grandeza humana hasta la afirmación de su divinidad no es fruto del propio esfuerzo o propia inteligencia, sino de la gracia de Dios. Quien así le confiesa ha sido también objeto de una revelación interior del Padre, ha recibido un don sobrenatural.
El mensaje de la Iglesia, que en este momento de la historia es de dolor y vergüenza, consiste en anunciar la muerte y la resurrección de Jesús hasta que venga. ¡Difícil mensaje hoy y siempre! La Iglesia se esfuerza por luchar contra el dolor siguiendo el ejemplo de Jesús. La muerte y el camino de la cruz son necesarios para la resurrección. Hoy resulta difícil predicar y aceptar esta verdad. Entre muerte y resurrección, entre cruz y gloria no hay contradicción. El seguir el camino de la cruz no hay masoquismo. Si hubiera otro camino, él lo hubiera escogido y aconsejado. Pero como la mayor muestra de amor consiste en dar la vida, él escogió ese camino para demostrar su amor. La Iglesia pasa por este camino de cruz y de dolor, este camino nos llevará de nuevo a la pascua de la Resurrección. ¡Paciencia!
Hoy hay alergia al dolor y a la cruz. Se nos invita a cosas más suaves, más agradables. No endulcemos tanto el evangelio, podemos despojarlo de su divinidad. Así no vale la pena el evangelio. El evangelio implica muerte y resurrección.
Nunca acabaremos de conocer completamente a Jesús, y este descubrimiento no se consigue solo con esfuerzos y medios humanos. Pedro conocía y amaba al Maestro, pero era imperfecto en el conocimiento y en el amor.
¿De qué sirve una vida sin Dios? ¿Es eso tan malo que lo queremos despojar de nuestra vida? Lo único a lo que hay que renunciar es a la quimera de pretender realizarse en esta vida totalmente y por sí mismo. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”.