Columnistas

Alta política es vacunar a todo el mundo

21 de marzo de 2021

Hace unos días revisaba las cifras de vacunación en América Latina. Excluido Chile –donde aproximadamente el 20 por ciento de la población está vacunada y se anuncia inmunidad de rebaño tan temprano como en junio–, el resto de la región no ha inyectado, en promedio, ni al uno por ciento de sus ciudadanos.

América Latina no ha sido inmune a la degradación creciente de la política, con dirigencias obsesivamente ocupadas en la próxima elección –o en la perpetuidad– y en peleas menores entre gobiernos y oposiciones mientras pobreza, corrupción, atraso y, ahora, miles de muertes parecen suceder en un universo paralelo. Es ciertamente enervante que la escala de prioridades parezca al revés o, peor, inexistente.

Estos son momentos de alta política, y alta política ahora es vacunar pronto a todo el mundo. Los míos, los tuyos, los ajenos. Ricos, pobres. No hay mejor política de Estado que superar la facción y trabajar para todos. Cuando se trata de salud pública en una pandemia, la ideología es una: socializas beneficios.

Y, sin embargo, muchos mandatarios y gobiernos parecen más preocupados en ganar las próximas elecciones. El ciclo electoral inició en 2021 con Ecuador y en los últimos meses votaron El Salvador y Bolivia. Este año habrá presidenciales en Perú, Nicaragua, Chile, Honduras, legislativas en México y Argentina y municipales en Paraguay. Toda la región parece en campaña electoral y la pandemia ha resultado una magnífica oportunidad propagandística.

Los problemas son mayores. En toda la región, el déficit de insumos y equipamiento ha sido democráticamente lamentable. Y las imágenes son desastrosas: hospitales desbordados de Perú y Ecuador, falta de información y hasta represión en Nicaragua y Venezuela, un colapso anunciado en Brasil y México es el tercer país con mayor número de muertes del mundo.

A los errores de la gestión de la pandemia, se suman décadas de mala gobernanza. Unos 34 millones de latinoamericanos no tienen documentos de identificación, lo que significa que ni siquiera figuran en un registro civil. El sistema tiene ineficiencias que preceden a casi todos los gobiernos actuales. Por eso cuando llega una crisis, encuentras enfermeras malpagadas y agotadas atendiendo enfermos envueltas en bolsas de basura, pues carecen de equipos. Y observas que algunos gobiernos no se agenciaron suficientes vacunas por incapacidades burocráticas e imprevisión administrativa.

La inversión de prioridades sucede en casi toda la región. Jair Bolsonaro –que cambió cuatro veces de ministro de Salud– entiende la pandemia como un problema personal: entorpeció su deseo de manejar Brasil a placer. Andrés Manuel López Obrador pasa más tiempo empeñado en defender la Cuarta Transformación rumbo a las elecciones legislativas que podrían darle una mayoría absoluta en el Congreso que creando planes de rescate económico a los habitantes de México. En Argentina, el proceso de vacunación está sembrado de dudas: ¿sería tan veloz si el gobierno de Alberto Fernández no tuviera una elección intermedia por ganar? Tampoco en El Salvador, Nicaragua o Venezuela ha habido la integridad de separar el rol funcionarial de la propaganda.

El Estado es un elefante –fofo o hambreado– y precisa gimnasia. Por eso es relevante el factor humano para moverlo. Esto es, aun cuando hay infraestructura y enfrentas una crisis de salud pública, la inteligencia de gestión y la capacidad burocrática son capitales. Pero si quienes dirigen lanzan señales equívocas o son cínicos incapaces de hacer alta política, los resultados no pueden ser más que letales. América Latina es ya la región del mundo con más muertos por habitante.

Si la opinión pública sabe que las infraestructuras son buenas y sus dirigentes dan el ejemplo, no tendrá una repentina crisis de desconfianza. Las infraestructuras deben soportar; los funcionarios, funcionar