Amados libros
Querido Gabriel,
Lo primero que hago cuando me impacta algo que leo es subrayarlo. Después busco compartir mi descubrimiento con alguien a quien aprecie mucho. Esta vez te escribo al terminar unos libros que marqué y anoté con tanto placer que ameritan una tertulia, o varias. En vacaciones llegaron a mi mochila dos miembros de la familia de las odas bibliófilas. Ambos son parte de un linaje de libros que tratan sobre libros, escritos por amantes de los libros. ¡Solo un enamorado puede escribir una carta de cientos de páginas! Se trata de Fahrenheit 451, el clásico de Bradbury, una distopía donde los libros son perseguidos y quemados, y de El infinito en un junco, de Irene Vallejo, un texto magnífico sobre la historia del libro, sus artesanos, sus cuidadores y, por supuesto, sus lectores. ¿Qué tal si hacemos una tertulia con enamorados de los libros?
Comencemos por hablar de su magia, de su poder. Algo misterioso tienen estos objetos que han cambiado de formas y materiales a lo largo de milenios, sin perder su esencia. Magia tiene el murmullo espiritual de la lectura silenciosa, ese ensalmo que pone a levitar al lector ensimismado. Magia sea, tal vez, el mejor término para un objeto que, potencialmente, lo contiene todo. Bradbury escribió que su magia, la de los libros, radica en “[...] cómo cosen los parches del universo para darnos una nueva vestidura”.
Hablemos también de placer. El placer de los lectores en voz alta con su rostro como de santos iluminados, sacerdotes de liturgias que perviven en las lecturas infantiles y en los seductores momentos en los que se dedican los poemas amorosos. Leer en soledad, por otro lado, es igualmente placentero, pero es un gusto diferente, más íntimo, casi secreto, más sutil...
Un buen libro, entregado en el momento adecuado, puede salvar una vida. Vallejo cuenta una hermosa anécdota de cierta inscripción en un templo egipcio, en la que se leía, acerca de la biblioteca: “Lugar de cuidado del alma”. Un libro expande nuestra precaria humanidad, nos aumenta: “Dale a un hombre unos pocos versos y se creerá el Señor de la creación”, se lee en Fahrenheit 451.
En todo caso, los libros pueden ser, afortunadamente, controversiales; jamás se ha tratado de publicar solo lo bueno, lo bello y lo verdadero. Contienen, igualmente, lo terrible, lo inadmisible, lo absurdo, lo macabro, todo eso que también nos hace humanos, las sombras que le dan sentido a la luz. Los libros “muestran los poros en el rostro de la vida”, dice un personaje de Bradbury. Quizás por eso unos objetos tan simples y aparentemente inofensivos pueden ser temidos, odiados y perseguidos. Una buena novela nos ayuda a vernos mejor, nos revela, como el imprescindible espejo traidor de la bruja de Blancanieves.
¿Sabías que las bibliotecas se podrían haber llamado también museos, el lugar de las musas? “Las bibliotecas, las escuelas y los museos son instituciones frágiles, que no pueden sobrevivir mucho tiempo rodeadas de un entorno de violencia”, advierte Vallejo. Al leerla, queda uno aún más enamorado de estos templos, y de las bibliotecarias —la mayoría son mujeres— que enriquecen una larga y acallada saga femenina de tejedoras de palabras, poetas, literatas y maestras, tema para otra conversación necesaria.
Hagamos la tertulia en una biblioteca y la inspiramos con el fragmento final de Mendel, el de los libros, de Stefan Zweig, citado por Vallejo: “Los libros se escriben para unir, por encima del propio aliento, a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de la existencia: la fugacidad y el olvido”
* Director de Comfama