Columnistas

Amar no es un sentimiento...es una decisión

25 de julio de 2016

Hasta hace unos años la palabra de honor bastaba para sellar un compromiso irreversible, porque esta promesa solía considerarse “sagrada”. Pero en la era del individualismo se acabó el sentido del compromiso que, como la palabra lo indica, significa honrar la promesa que se hizo de amarnos para toda la vida.

Uno de los compromisos más trascendentes de nuestra vida son los votos matrimoniales con los que sellamos la promesa de ser fieles, respetarnos, amarnos y llevar una vida en unión con nuestro cónyuge “hasta que la muerte nos separe”.

Pero hoy, en la era del individualismo, gracias a lo cual el único compromiso es con nuestra conveniencia personal, este compromiso se rompe por razones tan supuestamente contundentes como yo tengo derecho a ser feliz, “necesito mi espacio”, “tengo que encontrarme a mí mismo...”, es decir, hago lo que a mí me provoca indistintamente del daño que esto pueda hacerle a mis seres más queridos.

La base del matrimonio no es solo el amor... es la integridad, lo que significa honrar la promesa que hicimos al momento de casarnos cuando juramos “amarnos para siempre”. Es vivir unidos todos los días... con la misma persona, porque no hay mejor cónyuge que el papá o la mamá de nuestros hijos.

Quebrar nuestro compromiso conyugal para resolver el descontento que a veces sentimos es un error que perjudica a quienes más amamos tanto como a nosotros mismos. En efecto, no hay nada más importante para el hombre que la complicidad y el afecto incondicional de sus semejantes, y quienes mejor nos lo pueden ofrecer son nuestros seres más queridos.

Es fácil sentirnos perdidos cuando se nos pierde el alma, como puede ocurrir en un mundo regido por una cultura materialista, gracias a la cual la felicidad se confunde con el placer, la paz con la comodidad, el éxito con la fama y la libertad con el libertinaje.

Sin embargo son precisamente las relaciones con nuestros seres más queridos las que tienen el mayor impacto en nuestra vida y por lo mismo las que dan testimonio de quiénes somos y qué le legamos al mundo. De tal manera que el camino apropiado para salir del vacío existencial que a veces nos invade, no es abandonar nuestro hogar sino, por el contrario, dedicarnos a enriquecer la relación con quienes amamos tanto como a nuestra propia vida.