Amiga muerte
Don Fernando Soto Aparicio nunca supo el favor tan grande que me hizo. Yo tenía apenas doce años y él ya era un escritor colombiano de obligada lectura por mandato escolar. Aunque ahora sé que no fue lo suficientemente reconocido ni valorado. Llegué a sus libros para chocarme con una realidad dolorosa que en nada ha cambiado en estos años: la de los miles de campesinos que llegan a las ciudades a engrosar los cordones de miseria por olvido estatal, desplazamientos de grupos ilegales o una combinación de estas y otras causas.
Pero el favor que le debo se concentra en esta frase: “Y esperaré la muerte, amiga muerte, mientras afuera llueve”.
¿“Amiga muerte”? Creo que salté de la silla al techo, conmocionada. ¿Cómo así que amiga? ¿En qué casos podría ser amiga la muerte? ¿Era posible temerle a una amiga? ¿Cómo mirar la muerte con benevolencia y sentimientos de amistad? Y el milagro ocurrió: Desde entonces empecé a buscar el lado bonito de la muerte, incluso cuando pienso en la mía, sin miedo, y siempre lo he encontrado. Aunque admito que hay algo constante en la señora muerte: como sea que se haga presente, tiene la virtud de revolcarnos el alma.
Porque aceptar la muerte no quiere decir que no me duelan mis muertos, que no los haya llorado, que no los recuerde o no los extrañe, a algunos cada día, a pesar del paso del tiempo. Pero don Fernando me ayudó a entender que no siempre la muerte es una desgracia. Que muchas veces también representa una liberación del sufrimiento, emocional o físico, y que a los seres humanos “lo único que nos separa de la muerte es el tiempo”.
En poco más de un mes han muerto un viejo amigo, la mamá de un amigo y la de otro, el papá de una amiga, la mamá de otra y un tío muy querido por este corazón. Seis. Cada uno me ha dolido en lo más profundo de mi alma. Pero, en tiempos de guerra, de pandemia, de tanta inseguridad y tanta violencia, morirse de viejito, con todos los cuidados de una familia amorosa en la calidez de su cama y abrazado a la que fue su esposa durante sesenta y un años, como el tío, se me hace una muerte soñada. “Amor a primera vista”, fueron sus últimas palabras, mientras la miraba a los ojos con la debilidad del que agoniza.
Hay muertes bonitas, serenas. En contraste con la muerte violenta, accidental, injusta e inoportuna, tan desgarradora siempre. Pero me consuela pensar que aquel que murió ya salió de muchas peloteras.
Y me consuela que, por encima de la muerte, nos queda lo vivido: Las huellas dejadas, las realizaciones, las satisfacciones, las imperfecciones, las cadaunadas, los perdones mutuos, los abrazos dados, los recibidos; las rabias que ahora son sonrisas... Esa vida que fue, en todo caso, ahora convertida en recuerdo para siempre