Antanas Mockus: espectáculo ridículo
En los foros de lectores de los medios informativos digitales y en las redes sociales, ocho de cada diez comentarios reprocharon la bajada de pantalones del profesor Antanas Mockus Sivickas, durante la instalación del nuevo Congreso de la República. Atrás, muy atrás, quedó cualquier curva de aprobación a un gesto similar que tuvo el exrector de la Universidad Nacional, en 1993, en el auditorio León de Greiff, ante casi mil estudiantes entre los cuales algunos saboteaban su intervención.
El país ha cambiado. Mockus, no. O tal vez sí, sus problemas de salud cada vez más le impiden actuar con la lucidez y el histrionismo del docente que acaparaba la atención de los universitarios con sus retos, sus gracias y sus desplantes cargados de símbolos, pero que ahora desnudan una extraña tendencia al exhibicionismo, a enseñar los genitales sin ningún rédito pedagógico para la audiencia.
Él es el primero que debe tomar nota de la desaprobación que tuvo su grotesca mostrada de nalgas dizque para llamar la atención de los senadores que interrumpían o charlaban indiferentes, mientras que Efraín Cepeda daba su discurso final y su balance en la Presidencia del Senado.
“De los anales de la Universidad, a los anales del Congreso”, escribió un lector. Otros lo tildaron tantas veces de payaso en sus apuntes, que un forista más terció a favor del circo: “No comparar. Más respeto con el gremio de los payasos, por favor”.
Mockus no debió aspirar al Senado, si le vale lo que un rabo de zanahoria. Más de 500 mil votos implican una responsabilidad mayúscula para su inteligencia otrora sobresaliente, ahora errática e incoherente. Muchos electores suyos se mostraron decepcionados por el recurso fácil del matemático y filósofo, que pareció el ademán de un loco callejero colado en el Capitolio.
Con tantos episodios insólitos que se ven en este país acostumbrado a chabacanes y chambones, la nalgada que el profesor Antanas les dio a la opinión pública y la majestad del Congreso debería pasar de largo. Pero no ha sido así. Defender su gesto, ampararlo más en la supuesta pedagogía de símbolos con que en años pasados él reto a los alumnos de la Nacional y con que montó a Bogotá en la tolerancia y las bicicletas, está tan atrás y desteñido como sus glúteos. Destemplado.
El país necesita recuperar la decencia en todas las manifestaciones de lo público. Y no hablo de actitudes y ademanes rebuscados ni solapados, de pulcritud impostada. Se trata de esperar que los políticos y la política sean fuente de la que el pueblo recoja respeto y sabiduría, no esta plasta de procacidad y ridiculez.