Columnistas

Ante la crisis de la Iglesia responder con fe

05 de septiembre de 2018

En este momento creo que no existe católico -o cercano al catolicismo- que no esté dolido o confundido. Primero, con los escándalos de abuso sexual que han estallado en diferentes diócesis y recientemente, con la carta de 11 páginas del exnuncio apostólico monseñor Carlo María Viganò en la que, además de revelar una serie de eventos y encubrimientos, pide la renuncia del Papa Francisco por no haber actuado, según él, adecuadamente en la sanción del excardenal Theodore McCarrick, y arzobispo emérito de Washington, a quien se le comprobó recientemente un historial lamentable de abusos sexuales.

Muchos hemos llegado a la Iglesia atraídos por el testimonio de personas que deciden entregarle su vida a Dios y que viven acorde con esa entrega aún en los momentos más cotidianos de sus vidas. Y hemos vivido durante años experiencias muy bellas de amistad, solidaridad, de compartir con los más necesitados, de una juventud sana, de experimentar de manera palpable la experiencia de Dios en nuestras vidas. Hemos profundizado en la riqueza que traen las Sagradas Escrituras y tantos documentos escritos en la Iglesia basados en estas enseñanzas.

Damos fe de que la moral católica va mucho más allá de una lista de prohibiciones e imposiciones arbitrarias, y hemos descubierto que vienen más bien de la invitación a vivir una vida ordenada según el designio de Dios para alcanzar así la felicidad y por ende la salvación eterna.

Sin embargo, los problemas que han estallado son de extrema gravedad y esta gravedad puede hacer tambalear la fe de muchos. ¿Cómo actuar frente a esta coyuntura? Para esto no hay fórmulas matemáticas, pero es necesario tener en cuenta ciertos consejos tanto para católicos practicantes como para aquellos que han tenido al menos una experiencia positiva dentro de la Iglesia.

Cuando ocurre una tragedia de esta magnitud, uno suele olvidar lo bueno que ha recibido y centrarse solo en la rabia y la decepción. Es necesario no perder de vista los momentos bellos y reales vividos, la gratitud por ellos. Allí Dios ha estado presente. Los escándalos son la manifestación de las faltas graves de aquellas personas que se han dejado llevar por la fragilidad de la carne, ofuscando así el mensaje de Dios.

No caer en actitudes ingenuas. Hay que tener los pies en la tierra, no idealizar a nadie. Un poco de realismo nos permite estar atentos a cualquier conducta moralmente inapropiada y ser capaces de denunciarlas con las autoridades competentes. Venga de quien venga. Agachar la cabeza y pedir perdón en caso de haber obrado con negligencia en el pasado. Entender que la fragilidad humana y los grandes males de nuestro tiempo penetran en todos los lugares de la sociedad y no hay quién se escape de ello. La Iglesia no tiene una capa impermeable que impide el paso de estos males. Sus miembros son tan humanos como las realidades que los rodean.

Echar un vistazo a las Sagradas Escrituras y a la historia de la Iglesia. El Antiguo y Nuevo Testamento están plagados de las faltas graves de sus protagonistas (asesinatos, adulterios, incestos, idolatrías, envidia, entre muchos otros). Desde Adán y Eva, pasando por los apóstoles de Jesús, donde uno de ellos lo traicionó y otro (el primer Papa) lo negó. O las comunidades de los primeros cristianos que enfrentaban fuertes discusiones sobre cuál grupo humano era el mejor. Así se gestó misteriosamente la historia de la salvación y el nacimiento de la Iglesia. Entender así que aún en medio de las fallas humanas, belleza de Dios y la fidelidad hacia sus hijos.

La actual es una crisis durísima, pero no aniquiladora. Por ello es necesario tener siempre en mente que, como dijo Jesús a Pedro, refiriéndose a la Iglesia. “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16, 18). Y Jesús cumple sus promesas.