Columnistas

Anti-oda al Himno Nacional

20 de julio de 2016

El país se encamina hacia un nuevo himno nacional. El vigente, pasto de burlas, se lanzó hace 170 años y demoró 70 en consolidarse.

Hoy es símbolo patrio apenas para la ley y para mayores de cien años. Es decir, para nadie.

Viene resistiendo en su catadura bélica, beata, pomposa y hueca, en medio de bostezos adolescentes de izadas de bandera, y caspa de políticos y magistrados en trance de atontar a las masas.

Ah, también en los preámbulos del fútbol, cuando las tribunas creen estar ejerciendo algo que llaman patria.

Este himno de Rafael Núñez y Oreste Sindici agotó sus siglos de oportunidad. Está exhausto de vigor. De tanto cantar a la sangre, se quedó sin sangre.

En buena hora suenan ahora voces que piden cambiarlo para celebrar una paz esquiva durante los doscientos años en que Colombia ha sido Colombia.

Se busca entonces que el nuevo canto no alabe un río de sangre y llanto, porque de ahora en adelante ni machetes ni fusiles serán silogismo para mandar sobre el modo de vivir de todos.

Que tampoco el que murió en la cruz tenga la única palabra comprensible, pues en esta nación pluricultural hay etnias con dioses bailarines.

El otro himno no necesitará constelación de cíclopes ni centauros indomables, ya que nuestras mitologías están más apegadas al sol, los ríos, las montañas, y a sus sencillos habitantes de tierra caliente y tambor.

Ni ciprés ni loza fría ni alba tez ni oda patriótica pertenecen al repertorio de alguien que hoy pretenda decirle hola a otro alguien. Y un símbolo nacional debe ser el cemento que nos ligue a todos.

Pues bien, que hablen los poetas, que compongan los cantores. Que los que saben de letras y escuchan los latidos de la tierra sugieran un himno a la altura de la esperanza de estos días.

Es que un himno nacional es parte de los mitos y ritos alternativos, indispensables para llenar de encantamiento un país que se quiere renovado.

La música colombiana es hoy fusión de tantas sonoridades y cadencias, cuantas herejías melódicas y rítmicas han surgido a lo largo de ríos, litorales y estudios urbanos de grabación.

Los poetas saben memorizar la historia. Así José Manuel Arango, en ´Desmembración´: “su corazón arrogado al mar / para que las olas no cesen”.

¿Acaso alguien duda de que este país logre concebir su inmortal canción al infinito?.