Columnistas

Aura

26 de octubre de 2016

Superó a muchos de los personajes de los libros que leía en voz alta. Y para sí misma.

Aura no podía haberse llamado distinto. Tal vez, para honrar el origen mitológico de su nombre, decidió ser brisa. Suave, sutil, caricia. Pero vaya suerte, su sensibilidad y consideración en el trato hacia los otros (eso que llaman “ternura”) la condenaron a un diminutivo que ni ella ni su nombre poderoso jamás merecieron.

¡A-U-R-A!

Aura, mujer enigma que reía con la mirada, nació en Venecia y hasta los doce años vivió en Yarumal. Hace más de un siglo, su abuelo había retado al mundo a pasar “por encima de su cadáver” antes de permitir que sus hijas estudiaran. La abuela de Aura respondió al desafío: “Entonces pasarán por encima de su cadáver”. Matriculó a sus cinco niñas en la escuela. Todas fueron maestras.

Desde antes de juntar y darle sentido a las letras, Aura memorizaba poemas y cargaba libros indescifrables para ella. Aprendió a leer en el Colegio de María, bajo la tutoría de la señorita Luzmila; Edmundo d’Amicis ofició su bautismo literario con ‘Corazón’.

Una pilatuna infantil, doloroso accidente de brincos en la alcoba, la sometió a una prolongada convalecencia que la ligaría de por vida a la lectura. La visita de sus amigas y profesoras, la compañía de su papá y esmero de su mamá, la convirtieron en la “reina” de la cama, cumplió el sueño de ser el centro de atención —el cual ya había contemplado con ideas como quebrarse un brazo o usar gafas—.

Escribió un diario de niña, poemas adolescentes, y columnas en El Mundo y EL COLOMBIANO, en la madurez. Aura pasó por todas las fases de una escritora. Quiso ser bailarina, actriz de teatro, ciclista: todas las etapas de una lectora. Con cada libro, una nueva personalidad.

A los 16 años fue secretaria. Como suele suceder, su primer salario lo invirtió en su primer amor: las obras completas de Federico García Lorca.

Confidente de los lectores de la Librería Aguirre, alma de cineforos, era la enamorada de quien fue —probablemente— el hombre más inteligente y —sin duda— el más complejo que haya pisado este valle.

Sherezada del dial, nació para la radio después de una prueba de lectura dramática de ‘Doña Rosita la soltera’.

En La Voz de Medellín dirigió las ‘Antologías de la poesía antioqueña’. En la emisora de la Cámara de Comercio, sus espacios ‘Léeme un cuento’ y ‘Palabra y poesía’ marcaron una época.

Adiós Aura, maestra de belleza: “Vuelves a los libros como las olas, así no puedas describir sus imágenes. La relación con el libro no termina en la última página. El libro se queda”.

Aura López, pasajera del Olvido, murió en un asilo para viejos en Girardota. “La soledad es la gran talladora del espíritu”, gritaría Lorca.

No quiero ver su imagen sin gesto, en una silla de ruedas, con un retrato de Aguirre en la mano. ¡Que no quiero verla!.

*Columna basada en las conversaciones con Aura López que publiqué en EL COLOMBIANO (13/12/1998).