Columnistas

Aurita López: Lectora

27 de octubre de 2016

Hay personas en esta vida que uno no necesita ver muy seguido para querer mucho o admirar. Eso sentía por Aurita López, quien murió el domingo en un ancianato de Girardota y ahora siento que nunca más me dejará.

La última vez que la vi, hablamos de la imposibilidad de vivir sin libros y, por lo mismo, hablamos de su vida, porque la vida de Aurita era inconcebible sin libros. Me contó que desde niña había sido lectora, una lectora incansable y constante; por eso, de jovencita, soñó con trabajar en una librería. Como si al trabajar en una pudiera tenerlo todo. Para ella no era posible la dicha fuera de los libros. Nunca dejó de leer porque siempre creyó que la lectura debía ser una obsesión, “que tú te murieras si te faltaran los libros. Puede parecer una exageración, pero así debe ser”, me decía con esa voz tan bella que escuché tantas veces leyendo historias por la radio o en algún auditorio del centro de Medellín.

Como ella amaba tanto los libros, cuando empezó a trabajar en la radio comercial, en RCN para ser más exactos, por allá en los años 55, 56 o 57, no importa cuándo, Aurita siempre disponía algo de lo poco que ganaba para comprar libros. Era feliz yendo a las librerías, mirando las vitrinas. Cada que entraba se preguntaba: “¿Qué tendrá que hacer uno para trabajar en una librería? Sentía envidia de esas personas que estaban todo el día tan bien acompañadas”.

Una vez le hizo una entrevista a Alberto Aguirre sobre el Cine Club de Medellín. Él le contó que tenía una librería, la famosa librería Aguirre. “Entonces yo le dije que el sueño de toda mi vida era ser librera”. Entonces él le dijo: “¿Y por qué no se va a trabajar a la mía?”. Y yo le dije: “Pero es que yo estoy hablando en serio”. A lo que él respondió: “Es que yo también estoy hablando en serio”. Al poco tiempo abandonó la radio y se fue a trabajar a la Aguirre, que llevaba unos dos años, o menos. Así de sencillo Aurita se convirtió en la dueña de ese lugar y comenzó una amistad entrañable con Alberto.

Durante esos años, Aurita formó varias generaciones de lectores. Incluso, años después, cuando la librería Aguirre cerró, era normal que se encontrara por la calle con personas adultas que le decían que lo que más recordaban era que ella los dejaba tocar los libros, todos los que quisieran. “Me encantaba que los niños reblujaran los libros, fuera el tema que fuera. Siempre me ha parecido que una librería que queda reblujada, después de que alguien estuvo allí, es muy bella”.

Ahora sin Aurita, sin ese espíritu tan dulce y fuerte, me la imagino por ahí de paseo con Alberto Aguirre o leyendo en voz alta alguna historia que, si cerramos los ojos, podemos escuchar los pobres mortales.