Ayupizados
La expresión yupi (yuppie), viene del inglés young urban professional. Es un término que nació a principios de los años 80 del siglo pasado para representar un estereotipo: jóvenes graduados de universidades top, presionados por la realización profesional y el creer que todo lo saben.
El yuppie promedio normalmente es triunfador. Eso se le abona, pero también está cargado de una soberbia que se acrecienta por culpa de un ego indomable.
Pareciera entonces que un yuppie no es alguien a defender, pero hombre, digamos la verdad, muchos no lo hacen mal. De hecho, hay cantidad de cargos privados y de gobierno ocupados por personas con este perfil. Existen, así de simple. ¿Que tienen capacidad y liderazgo? Sí. ¿Que son obstinados y logran lo que se proponen? Sí. Todo bien hasta el momento.
El problema radica cuando los yuppies sacan lo peor de sí. Muchos se comportan como si fueran el Lobo de Wall Street: ambiciosos hasta la saciedad. Terminan haciendo cosas non sanctas, robando y metiendo la pata hasta el fondo, quitándoles sin ningún remordimiento el pan de la boca a otros. La consecuencia es que terminan indigestados, pagando con lo que más les duele: el escarnio público.
Otros yuppies la embarran de formas que no implican más que un mal momento, pero demuestran claramente lo chocante y ofensiva que puede ser su personalidad. Un yuppie desesperado hace pataleta y raya en lo irrespetuoso. Un yuppie picado de alacrán levita y mira por encima a los demás. Una cosa muy maluca en un país donde la inequidad es uno de los mayores problemas, la discriminación social es muy marcada y los “sabios” son dueños de la verdad absoluta.
El presidente de Ecopetrol, Juan Carlos Echeverry, tiene características de yuppie. Tiene los títulos académicos y ha trasegado los cargos públicos y privados más cachés. No lo ha hecho mal, hay que admitirlo. Es uno de esos tipos que siempre está en cargos importantes y en los sonajeros. Punto a su favor.
Pero el lado molesto del yuppie se le salió la semana pasada. Durante un debate en la Comisión Quinta del Senado se burló de un ingeniero y profesor universitario que le llevó la contraria en una discusión sobre la explotación petrolífera en la serranía de La Macarena. Literalmente, Echeverry se mamó del interlocutor y lo despachó con una ironía mayúscula por no estar al nivel de un tipo recorrido como él que se mueve en la crema y nata de los economistas.
Ese es el punto. Algunos dirán que el profesor que generó la ira de Echeverry tiene tendencia mamertista y hasta comunistoide. Otros lo defenderán diciendo que no se puede tener un estilo tan neoliberal como el que profesa Echeverry. Puede que la discusión no tenga peso sobre las decisiones de Echeverry al frente de Ecopetrol ni lo lleve a una reflexión profunda sobre el impacto ambiental que pueda causar dicha explotación. Puede que sea un simple rifi rafe sin ton ni son. Lo cierto es que el trato arrogante e irrespetuoso no aporta ni cinco a un país donde la intolerancia se cultiva a punta de comportamientos tipo “usted no sabe quién soy yo”.
Sencillo: eso es lo que no necesitamos. El estilo irónico de Echeverry de tecnócrata que controla el futuro, causa resentimientos y pone a la gente al borde de salirse de casillas Y un colombiano salido de casilla saca lo peor que lleva dentro. Ese tonito funciona bien en tierra utópica de los yuppies y Colombia aún sigue siendo una tierra muy corriente. Cómo hubiera sido de distinto si simplemente hubiera dicho: “perfecto, ese es su punto de vista, el de nosotros es distinto”. Hubiera sido un momento más digno, marcado por la tolerancia que tanto hace falta. Echeverry pidió perdón. Se le abona, pero ¿nos merecemos ese estilacho? Claro que no .