Columnistas

Baldíos por el agua

10 de enero de 2016

Me contaron que la mejor recomendación que le han hecho a los nuevos alcaldes y gobernadores, para atender los momentos más dificiles, es echarle la culpa al clima.

Dicen que es infalible. Durante décadas ha sido la excusa perfecta para que los politicos laven sus culpas, como si los efectos del clima no se pudieran pronosticar y prevenir.

Si no tenemos energía la culpa es del clima. Si no tenemos agua potable, el culpable es el clima. Si estamos enfermos, la culpa es del clima. Si no hay alimentos o su precio está muy alto el culpable es el clima. Si nos ocurre un accidente o se comete un delito el cumpable es el clima. Si llegamos tarde, el clima es el culpable. Si la inflación sube, la culpa es del clima. Si el peso se devalúa, el culpable es el clima.

Lo mejor de todo es que estas mismas personas no conocen ni saben qué es el clima, y mucho menos le dedican un poco de atención en su reconocimiento. Al contrario, la preocupación por su dinámica es cada vez menor.

La ignorancia sobre las condiciones de la naturaleza en cada uno de nuestros territorios es muy grande, y cada día el desconocimiento es mayor. Inclusive el costo por el servicio de pronósticos meteorológicos hechos por charlatanes es cada vez más grande, y mucho mayor lo que se paga.

Para avanzar por el otro camino, los nuevos alcaldes y gobernadores deben reconocer la naturaleza de su territorio, las vulnerabilidades y riesgos a los que está expuesta su comunidad y el desarrollo de su propio municipio. Para el ajuste de los planes de ordenamiento territorial la primera actividad debería ser esa: conocer y entender la importancia que el agua, los bosques, los humedales, la biodiversidad le prestan al territorio, a la economía y al crecimiento a través de los servicios y bienes que le suministra.

Es increíble que todavía frente al ajuste y actualización de los planes de ordenamiento territorial de los municipios, la inversión para el conocimiento sobre las condiciones naturales del territorio sea nula.

La adaptación o la prevención de los problemas relacionados con la sequía o las inundaciones deben pasar por el levantamiento de la línea base de información y de la elaboración de estudios que identifiquen las alternativas de protección y de recuperación de los servicios perdidos. Y para ello la participación de las comunidades organizadas en la decisión deberá ser una obligación.

Por ejemplo, las Zonas de Interés de Desarrollo Rural y Económico – Zidres.

Pensar que un territorio baldío no genera ningún servicio es un grave error. No tenemos por qué cambiarle la vocación a los bosques cuando su servicio es claro. El hecho de que un territorio suministre y regule el recurso hídrico para todas las actividades económicas que se encuentren cuenca abajo no quiere decir que no esté prestando una función, y que, por lo tanto, este debe ser labrado. Al contrario, está cultivado de bosques que regulan la sostenibilidad de ese territorio.

Los bosques naturales interceptan el agua lluvia y regulan su flujo. Mantienen la calidad de los suelos y proveen la suficiente materia orgánica proveniente de hojas y ramas de los árboles. Limitan la erosión y protegen del impacto directo del sol y de las lluvias. Regulan el clima. Es el hábitat de todas las especies y suministra todos los servicios socioculturales y económicos posibles como la viabilidad precisamente de las actividades rurales agrícolas. Suministran los alimentos, las proteínas y medicinas de todos nosotros ¿Para qué más?

La falta de valoración de estos suelos protegidos con coberturas vegetales naturales es precisamente nuestro problema. Y por ello las autoridades ambientales y territoriales tienen la responsabilidad de defenderlas. No es suficiente con identificarlas, sino de protegerlas de la falta de lógica de algunos pocos. El problema no es del clima sino de los planificadores sin futuro.