Columnistas

Bernardo, el joven

28 de diciembre de 2016

Un estudio realizado por la Universidad Nacional sobre la formación de doctores en Colombia muestra que nuestro país ocupa el último lugar en el mundo, con 1.285 investigadores. Así pues, contamos con 154 investigadores por cada millón de habitantes, cifra que es vergonzosa aun comparada con la media latinoamericana que es de 538 por cada millón de habitantes.

Ante lo que parece una “inocentada” (del peor gusto), ¿quién se sonroja? Dos o tres batas blancas en el silencio de un laboratorio. Es por eso que cada vez que muere uno de los pocos científicos que osa quedarse en Colombia deberíamos, al menos, izar banderas a media asta.

El domingo falleció en Medellín uno de esos seres que podría ser definido como un lúcido hombre de ciencia. En 1960, fundó el primer servicio de Cirugía Infantil del país, por lo cual muchos lo conocen como el “Padre de la cirugía pediátrica en Colombia”.

Médico de la Universidad de Antioquia, nació en el municipio de Barbosa, en 1926. Tuvo la oportunidad de ejercer, investigar y pensar la medicina en clínicas de los Estados Unidos, para después aplicar esos conocimientos en Colombia.

En 1979, en compañía del genetista Rafael Elejalde, presentó al mundo el ‘Síndrome de Ochoa’.

Invirtió especial interés y observación en los pacientes que nacen con órgano sexual masculino y femenino (hermafroditas). Consideró el género como un asunto de derechos fundamentales, muchísimo antes de que se convirtiera en la “disputa de moda” entre los abanderados de la intolerancia.

En 1996, Alina Gautier, su esposa y madre de sus hijos, fue secuestrada durante dos meses por el frente 36 de las Farc. El 18 de septiembre pasado, el doctor escribió en El Espectador: “A pesar de esta tenebrosa experiencia, nuestro voto en el plebiscitario será por el Sí”. Continúa su argumentación: “El tiempo que transcurra mientras vamos aclimatando la paz será tanto más corto cuanto más diligencia pongamos todos en la empresa urgente de domesticar la fiera humana que habita en nosotros, los colombianos. Para eso tenemos una tarea dura aunque posible [:] Que tratemos de ser menos arrogantes y más humanos [...] Que nos tratemos con respeto, y seamos capaces de perdonarnos mutuamente nuestras debilidades, todo lo cual es posible, aunque no es fácil lograrlo. Pero ¿no somos acaso un país que se dice tan cristiano?”.

A los noventa años, murió el doctor Bernardo Ochoa Arismendy. Siempre joven. Lúcido. Visionario. Libre pensador sin concesiones. Casi, casi, un libertario.

Nadie izará la bandera a media asta. No condecorarán a su esposa en pomposos salones atestados de politiqueros. Entretanto, niños anónimos –hoy adultos– andan por ahí, vivos y sanos, gracias a sus conocimientos: su galardón silencioso.

Lucidez, generosidad y conocimiento no son de la incumbencia de Colciencias ni entran en las mediciones de la Universidad Nacional, pero sí nos hacen sentir orgullosos de ser colombianos, de compartir la cuna con ciudadanos como Bernardo Ochoa Arismendy.