Columnistas

Bob Dylan, maestro del cambio

16 de octubre de 2016

“Soy poeta, lo sé, espero que no lo dañe”, cantó Dylan hace 52 años en Seré libre no. Una chistosa pieza de mala poesía de su cuarto álbum, (Otro lado de Bob Dylan). Él no lo ha dañado; las palabras en “Tempestad”, su álbum más reciente de canciones originales, del 2012, son tan expansivas e implacablemente ambiciosas, especialmente en “Early Roman Kings” y “Long and Wasted Years” -como cualquiera que podría escuchar en cualquier parte.

Escuchar. Lo que dio a cada una de sus palabras en esas canciones todo su cuerpo fue su representación de las canciones. Cuando él llevó las canciones al escenario, poniendo su propio cuerpo detrás de ellas, las canciones se hicieron más grandes, hasta que parecieron casi hacer estallar los edificios que las albergaban. Pero la pregunta de si Bob Dylan es o no un poeta -sí, está siendo comparado en este momento con Sappho, Homero, los grandes poetas que cantaban- nunca ha sido una pregunta interesante.

Dylan ha puesto sus palabras en el mundo sobre embarcaciones con demasiadas dimensiones como para ser fragmentadas en elementos: como canciones. Piense en una canción como algo emocionantemente vivo con las furias de creación, descubrimiento y experimento, con la resolución de cada verso llegando a un tono de tal insistencia, humor y fuerza que la siguiente tiene que ir más allá o morir.

Las canciones se mueven a través del tiempo, buscando su forma final. Lo que sucede en ese camino es solo en parte decisión del autor, el cantante, los músicos. Puede en parte ser responsabilidad del público que escucha las canciones, que las observa mientras son presentadas, y esa respuesta del público, aunque sea de un solo miembro del público, que vuelve a los artistas y, de maneras que pueden sentirse pero nunca determinarse, que reconfigura la canción. Es por eso tal vez que lo que más importa en esta interesante ocasión es el hecho de las canciones de Bob Dylan que se mueven a través del tiempo, y cómo se han enfrentado a elementos de esos tiempos a medida que se movían entre ellos.

Bob Dylan primero presentó “Masters of War” (Maestros de Guerra) en febrero de 1963; apareció en su segundo álbum “The Freewheelin’ Bob Dylan”. Era, al menos de cara, una canción sobre mercaderes de armas; la idea, ha dicho Dylan, vino del discurso de despedida del presidente Eisenhower’. La canción fue retirada del repertorio de Dylan después de 1965, hasta que empezó a tocarla de nuevo en la segunda mitad de los años 70. No es una canción elegante. Las palabras son exageradas. Hacen demasiado esfuerzo por buscar metáforas y símiles; uno puede escuchar al escritor haciendo fuerza. Pero ha mantenido su forma porque ha cambiado la forma, y porque el mundo no se ha quedado sin guerras. Dylan la ha cantado en un círculo de músicos tocando instrumentos acústicos, como un aquelarre; la ha lanzado a las multitudes como una granada.

Cuando Dylan cantó esas líneas este mes, tal vez sonrió para sí mismo, pero no había ironía en su voz: por más poder que tenga como artista, como factor en la ecuación mundial, Bob Dylan hoy no tiene más poder del que tenía en 1963. Entonces cantó “Maestros de Guerra” no como una amenaza, como lo hizo en el comienzo, sino como un ajuste de cuentas, como un juicio que siente que cae sobre quienes lo merecen. El momento quedó colgando en el aire. La canción perdurará.