Boris Johnson está en problemas
Por Tanya Gold
Durante la pandemia de covid, nosotros los británicos hemos desarrollado una obsesión de tabloide con “salvar la Navidad”, como si fuera una amada mascota en peligro de ser atropellada.
Sin embargo, nuestra Navidad de hecho está en peligro. La variante ómicron del coronavirus amenaza con estropear los planes de fiesta mejor pensados.
Siniestramente, el árbol de Navidad que los noruegos nos regalan cada año para exponer en Trafalgar Square, en agradecimiento por la ayuda de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, está notablemente delgado y desnudo este invierno.
Para empeorar las cosas, nuestra reina no se ha sentido bien. Y el gobierno de Johnson ha descendido a nuevos niveles de corrupción, sordidez e incompetencia encogiéndose de hombros. El estado de ánimo está lejos de ser alegre.
Fue muy diferente a principios de año. El gobierno lanzó las vacunas más rápido que cualquier otro país de Europa, y Gran Bretaña fue anfitrión de la reunión del Grupo de los 7 y de una cumbre climática mundial en noviembre. Cualquier efecto adverso del Brexit podría atribuirse a la pandemia. Las cosas parecían ir bien por un tiempo, especialmente si uno no miraba demasiado de cerca las cifras crecientes de pobreza infantil o los planes del gobierno para reducir las protestas, criminalizar a los refugiados y ejercer más control sobre el poder judicial.
Pero el invierno está aquí. Están implementándose nuevas restricciones, llamadas Plan B. Se recomienda a las personas en Inglaterra que trabajen desde casa y las máscaras y los pases covid serán obligatorios en más lugares. Las reglas, como siempre bajo Johnson, se sienten arbitrarias y mal pensadas. Trabaje desde casa, pero vaya al teatro; use máscara en un taxi, pero no en un pub. Y no sabemos qué restricciones adicionales se impondrán a medida que ómicron se propague. El problema es: ¿la gente las seguirá cuando es probable que Johnson no lo haga?
Al fin y al cabo, romper las restricciones es, precisamente, lo que lo ha metido en problemas. En diciembre del año pasado, según múltiples fuentes, hubo una fiesta en 10 Downing Street, la residencia oficial del primer ministro. Al mismo tiempo, las fiestas estaban prohibidas y las personas estaban muriéndose de covid-19 en hospitales por toda Inglaterra y les era negada la compañía de sus seres queridos. La defensa del equipo del señor Johnson demostró su tendencia a rodearse de inexpertos y de los que se creen con derechos, dejando un vacío donde debería estar un gobierno en funcionamiento.
Hay todas las señales de que el hechizo que el señor Johnson lanzó sobre el país está agrietándose, de que la gente está despertando a la verdad sobre él.
En retrospectiva, la campaña electoral fue explícitamente romántica. El anuncio de campaña de más alto perfil de Johnson era una parodia de una escena de la película Love Actually, en la que un hombre se para frente a la casa de una mujer casada y le dice, con carteles escritos, que la ama. (Sí, es espeluznante). Los letreros del anuncio estaban relacionados con el Brexit: “Con un poco de suerte, para el año que viene habremos terminado”, pero el significado era claro. El señor Johnson era un amante y el país se dejó seducir.
Los encaprichamientos mueren rápido. Ahora dos tercios del país no confían en él y la mitad piensa que debería dimitir. El estado de ánimo en su Partido Conservador es, según un miembro, “sulfuroso”. Incluso los ministros del gabinete creen que ha impuesto el Plan B para distraer la atención de la “crisis del partido”.
En otros lugares siguen aumentando las denuncias de corrupción. Hay un escándalo que está gestándose desde hace mucho tiempo sobre la financiación de la renovación del piso del señor Johnson en Downing Street.
Si todo parece trivial, también lo es el señor Johnson. El país enfrenta serios problemas, no solo la pandemia y las consecuencias del Brexit, sino también una crisis energética, un estancamiento económico y una inflación vertiginosa. No hay indicios de que el primer ministro pueda verlos, y mucho menos resolverlos. Su discurso a la nación fue un asunto superficial y cansado. Podría haber sido un correo electrónico.
Mientras vemos cómo se desarrolla la narrativa de Johnson, Gran Bretaña se siente como un país paralizado. No sabemos si el primer ministro podrá salvarse a sí mismo, y mucho menos la Navidad