Brasil se pudre
A perro flaco todo son pulgas. Con la economía brasileña tambaleándose, la mierda rebosa las alcantarillas a ritmo de samba. Los tejemanejes que servían cuando el viento soplaba a favor salpican hoy de titulares los diarios. La podredumbre que se comprometió a limpiar el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula da Silva y de su sucesora, Dilma Rousseff, no solo se ha vuelto parasitaria sino que se ha enquistado por cada esquina. Vean las cifras. El 60 % de los diputados brasileños han sido encausados o están bajo investigación por delitos que van desde la corrupción hasta el fraude electoral, fiscal o asalto, según un estudio de Transparencia Brasil.
La presidenta Rousseff está siendo investigada y sus posibles sucesores, en caso de prosperar la moción de censura en su contra, se encuentran también enfangados hasta el cuello.
La historia da para una temporada entera de “House of Cards”, la serie de intriga política protagonizada por Kevin Spacey, aunque por la comicidad le pegaría más una secuela de la mítica “Sí, primer ministro”, en la que en los años 80 la BBC destapaba con ironía británica las cloacas del poder.
Vamos allá.
Uno de los mayores impulsores de la destitución de la presidenta brasileña es el diputado Eduardo Cunha.
A Rousseff se le imputa haber violado las leyes presupuestarias al utilizar dinero de bancos públicos para enmascarar el déficit federal. También se investiga la supuesta financiación parcial de su campaña para la reelección en 2014 con fondos provenientes del escándalo de 17.000 millones de dólares que sacude a Petrobras, el estado paralelo brasileño. Si Rousseff resultara despedida, la reemplazaría el vicepresidente Michel Temer, del aliado PMDB. Temer también está siendo investigado por la financiación ilegal de la campaña de reelección. El segundo en la línea de sucesión, el senador Romero Jucá, está implicado en el “caso Petrobras” y así llegamos al señor Cunha, el tercero en discordia.
Economista de 57 años, Cunha llegó a la política de la mano de Fernando Collor de Melho, quien ganó la Presidencia en 1989 y lo colocó al frente de la compañía telefónica de Río de Janeiro. Collor de Melho fue, por cierto, destituido por corrupción en 1992.
Con el apoyo de los ultraconservadores cristianos evangélicos, Cunha ganó un escaño en 2003 vociferando en contra de los gais y en febrero de 2015 se hizo con la presidencia de la Cámara Baja. Un mes después se abría la investigación por los presuntos sobornos recibidos por Cunha de la surcoreana Samsung dentro del escándalo de Petrobras. Según un representante de Samsung que ha testificado ante la Fiscalía brasileña, Cunha recibió 5 millones de dólares en cuentas suizas a su nombre.
Como presidente del Congreso, Cunha (PMDB) estaba blindado hasta que su socio, el gobernante PT, anunció que votaría a favor de retirarle la inmunidad parlamentaria.
Un día después, Cunha, que hasta entonces había bloqueado 27 mociones de censura contra Rousseff, se convertía en el máximo impulsor de la destitución de la presidenta. Todo un ejemplo de rigor.
La economía brasileña se contrajo un 3,5 % en 2015 y lleva camino de hacer lo mismo este año. Detrás de seísmos como estos está la mano de políticos cleptócratas. Pero también del pueblo. Nuestra responsabilidad es elegir y vigilar a nuestros representantes, no solo cuando las cosas van mal. La clase política no es más que un reflejo de la sociedad. Si nadie cumple la ley se corre el riesgo de que no haya en todo Brasil un recambio limpio para Rousseff.