Calero: dos caras de “chibchombia”
La anulación del nombramiento del presentador de TV Carlos Calero como cónsul de Colombia en San Francisco, Estados Unidos, retrata dos facetas (o incluso más) del país inescrupuloso que tenemos. Por un lado, está la práctica inveterada del pago de favores cuantiosos de cada gobierno a los anillos de lagartería que los rodean.
Ahora lo hicieron Juan Manuel Santos y su Canciller María Ángela Holguín, pero la galería de concupiscentes (deseosos de bienes materiales y placeres) parqueados a las puertas de Palacio, esperando su turno en alguna de las sedes del servicio diplomático, es extensa. Basta sacudir el archivo de la nómina de embajadas, para ver caer las hojas de vida de decenas de conocidos retoños del árbol genealógico de la clase política y de las familias tradicionales en el poder público y privado.
Vista así, incluso, la frustrada designación de Calero resulta la excepción que confirma que en toda correa de costillas suele haber alguna desalineada, defectuosa. El presentador carecía de la rancia estirpe de personalidades y herederos que suele controlar la diplomacia colombiana. Y, por supuesto, carecía de las competencias, la formación y la carrera para sentarse a tomar buen cafecito colombiano y cocteles con la dirigencia de una de las ciudades más vanguardistas y apreciadas de Estados Unidos. Ya tendrá otra oportunidad Calero de empaparse de arquitectura victoriana, de gozar la brisa montado en el tranvía y de mirar desde el balcón la bahía con su puerta dorada y la isla museo de presidiarios: Alcatraz. La nulidad decretada a su nombramiento, por el Tribunal de Cundinamarca, le arrebata a Calero las colinas y el clima otoñal de San Pacho y algo más de 30 millones de pesos mensuales por sus caros servicios a la Patria.
El tiempo desvanecerá aquellas fotos plenas de nacionalismo “montadas en tuiter” para dar cuenta de que en el Consulado sí se seguían con fervor los partidos de la Selección Colombia. “¡Golazzzoo!”.
Pero esta historia tiene otra cara: la del país carroñero que gusta tanto de picotear los cadáveres. Esa Colombia también antropófaga que se deleita mordiéndose así misma. Calero es un ejemplo —un blanco— infortunado de las dentelladas de una nación que se fascina con el matoneo.
El programa de concurso (de méritos) más popular que ha conducido Calero es este, el de su consulado. Fue tendencia en las redes: “Pues nuestro gremio tampoco debería permitir que cualquier cónsul sea periodista”, “no se llenará de dinero a costilla nuestra”, “la pregunta no debería ser quién lo nombró”... “¿Who is Carlos Calero?”. Por si no lo sabían, él es un vivo retrato de este país, señores. Como lo escribió otro de sus críticos en tuiter: “Colombia, un chiste que se cuenta solo”. El del presentador de reinados que no pudo gozar del cuerpo diplomático.