Columnistas

Cambalache

09 de agosto de 2016

Ya lo pregonó Discépolo en los años 30, cuando a ritmo de tango afirmó: “Que el mundo fue y será \ una porquería, ya lo sé. \ En el quinientos seis \ y en el dos mil, también”. Y va una a ver y sí, lo que expresó el compositor argentino se cumplió. Entre muchas cosas por cuenta de la desigualdad que crece a pasos agigantados.

Hace poco leí un artículo publicado en la Revista Española de Sociología, sobre la plutocracia en Europa y cómo las familias tradicionales del viejo continente aún después de varios siglos y de muchos programas sociales del Estado de Bienestar continúan conservando su poderío económico. Citan un estudio en los datos fiscales desde 1427 hasta 2011, en la ciudad de Florencia donde la riqueza familiar continúa en manos de los mismos apellidos de hace 600 años.

¡Estamos en un mundo desigual a lado y lado del Planeta! Si por allá llueve por aquí no escampa: En los Estados Unidos en los últimos 40 años, el 1% de la población con mayores ingresos pasó de tener el 9% al 24% de los ingresos totales del país.

A finales de los 90, dos economistas afirmaron que si la desigualdad no hubiera seguido en aumento en América Latina, posible con las dictaduras militares y la apertura económica para la que no estábamos preparados como ocurrió con los gobiernos de Gaviria y Samper, hoy en día la región tendría la mitad de la población en la condición de pobreza que tiene actualmente. Siendo así las cosas, el 28 % de la población de América Latina, vive hoy en condición de pobreza por la desigualdad provocada por factores como el género o el área geográfica o la familia donde se nace.

Y lo peor es que la desigualdad no cede, a pesar toda la importancia a la educación que afirman darle los gobiernos desmentidos por los presupuestos que dedican actualmente al sector educativo. En la clase económica de más altos ingresos la probabilidad que tienen los jóvenes en obtener un título universitario es de 27%, mientras que en la clase menos favorecida este indicador apenas llega al 1%.

Entre las razones de esta profunda desigualdad está la corrupción: está demostrado que el aumento de la corrupción en un punto, aumenta un indicador de desigualdad o el índice de Gini en 5.4%. Por eso cobra tanta importancia el apoyo a iniciativas que permitan empoderar a la ciudadanía sobre la toma de decisiones y el control a los dineros públicos.

Así como apostar y formas propias de inclusión financiera que permitan el empoderamiento y la generación de ingresos en las poblaciones de la base de la pirámide. Hablo de alternativas como el Banco de los Pobres de Yunus, que en Bangladesh cuenta con más de 8 millones de usuarios y mueve cerca de 100 millones de dólares.

Estoy segura que no nos hacen falta más políticos, necesitamos más emprendedoras y emprendedores sociales que con su liderazgo impulsan verdaderos cambios entre la sociedad civil.