Columnistas

CEDER LA VÍA

23 de octubre de 2016

Un tema de conversación recurrente, como para romper el hielo incluso con el taxista, es la movilidad. Medellín es la ciudad de los amores: no dejamos de reconocer que aquí tenemos muy buenos servicios públicos (costositos, pero buenos), edificios modernos y funcionales, buenas universidades, excelentes hospitales, crecimiento económico sostenido y en general, sin entrar en detalles, una administración pública eficiente, pero... Tampoco podemos negar que desplazarse de un lugar a otro es cada día más difícil y requiere mucho más tiempo que antes. Tacos a cualquier hora del día y cualquier día de la semana, incluso en las calles principales de los barrios, son un claro indicador de que la solución no está en los gigantescos intercambios viales que se han construido, muchos de ellos con malas vías de acceso y de salida. Y si a esto le sumamos los incidentes de tránsito (a veces 48 en un solo día, como pasó esta semana) por cuenta de un aguacero y de los imprudentes, entre peatones, conductores y motociclistas, ¡tengámonos del pelo!

El culto al cuerpo, que en Medellín es capítulo aparte, compite con el culto al carro por el primer puesto en el podio de la egolatría. Y va ganando, porque entre nosotros, más que una necesidad, el carro se ha vuelto un apéndice que denota estatus, poder o qué sé yo.

No tengo un sombrero de donde salgan soluciones como por arte de magia, pero en mi condición de ciudadana de a pie, casi literalmente, veo que cualquier medida que se tome al respecto, casi nunca es bien recibida. “¿Pico y placa todo el día? ¡Ni riesgos!”. Aducen algunos que entonces tendrían que bajar los impuestos de rodamiento, lo que me parece extremo. Aquí, como en el juego de tomatodo, todos ponen.

Es muy difícil decirle a la gente que no salga en su carro, si para eso lo compraron, pero hacer un uso racional de él tampoco parece estar entre sus planes. Los carrodependientes no están dispuestos a caminar dos cuadras para ir al “gym” ni a la tienda de la esquina, ni mucho menos acudir al transporte público porque “en el metro no cabe la gente, yo no voy a ir a que me estrujen allá”.

El teletrabajo, que también podría ser una buena opción para aliviar en algo el problema, necesita de gente muy honesta y comprometida que no consiga otro empleo paralelo, como pasó en algunas empresas de la ciudad, que con la misma velocidad que montaron el programa tuvieron que correr a desmontarlo por los vivos que no faltan.

La bicicleta es una buena alternativa pero no es una solución masiva ni adecuada para toda la ciudad. Los empresarios tampoco flexibilizan los horarios de trabajo de los empleados. Todos pedimos más vías, pero con una condición: que no pasen por nuestra casa ni nos cobren impuesto de valorización por ellas. Y somos muy ambientalistas en las redes sociales, pero no estamos dispuestos a guardar el carro dos días seguidos para limpiar siquiera un tris el aire que respiramos.

Medellín no será la ciudad soñada si no dejamos de ser tan cómodos y egoístas, si no se generan transporte público de calidad, ciclorrutas de calidad, opciones peatonales de calidad y, sobre todo, ciudadanos de calidad.

A veces hay que ceder la vía. De lo contrario, “esto no lo arregla ni mi Dios con piones”.