Chilavert presidente
El exotismo pasó a ser una necesidad primordial de los que se venden como los outsiders de la política.
José Luis Chilavert, el exarquero de la selección paraguaya de fútbol, famoso igual por sus atajadas como por su temperamento, por sus copas como por sus insultos, se ha lanzado a la política. Y no pretende hacer escalas en lograr el objetivo mayor. Quiere ser el próximo presidente de su país.
Desde hace algunos años Chilavert viene coqueteando con aspirar a cargos públicos, pero ahora pretende llevárselo todo y para lograrlo se arropó con las banderas de la derecha. La más anacrónica y altinosante. La más conservadora y retardataria. La que bebe de las aguas del trumpismo en Estados Unidos, del bolsonarismo en Brasil y del uribismo más radical en Colombia. De José Antonio Kast en Chile y Javier Milei en Argentina. A todos los unen las consignas ideológicas que abrazan el mercado y desprecian la diversidad. Los listados programáticos que abogan por un Estado casi inexistente y hablan de libertad sin detenerse en entender que esta no existe sin igualdad de oportunidades.
El exfutbolista y comentarista de tv dijo que llegó su hora y a partir de ahí soltó un rosario de frases de cajón. Que “ha reflexionado”. Que siente una responsabilidad por “constuir un mejor Paraguay”. Que él representa todo lo opuesto a los “partidos tradicionales”. Palabras tan acartonadas y anodinas que las podría decir cualquier persona de cualquier rincón del continente. Interpretaciones que, aún en su vacío, resultan frecuentes para una época en la que el exotismo pasó a ser una necesidad primordial de los que se venden como los outsiders de la política. Después sazonó esas formas básicas con un poco de fondo. Uno superficial. Ofrece mejor educación, salud y seguridad.
Su movimiento se ha denominado Partido de la Juventud y Chilavert dice que desde allí pretende ampliar la “bocanada de aire fresco” que ofrecen personajes como Jair Bolsonaro, lo que podría entenderse como una curiosa forma de encontrar oleadas revitalizadoras en lo rancio. Si entendemos que el mandatario de Brasil encarna una forma vulgar y cuestionada de hacer política, que se mueve entre la comedia y la desgracia, a costa del sufrimiento de su pueblo, sorprende que el paraguayo lo considere un faro que seguir.
La red de derechas a la que quiere pertenecer este proyecto ejecutivo considera que cumple una labor mesiánica: salvar al continente de lo que llaman vagamente la izquierda, en la que se mezcla torpemente la debacle chavista con el progresismo chileno y el peronismo argentino. El Frente Amplio uruguayo con el PT brasileño. Insisten en convertir en enemigo público una masa heterogénea que, a juzgar por los resultados electorales en muchos de estos países, genera réditos. Así que, aunque el recorrido que le resta a Chilavert hasta las elecciones de abril del 2023 es amplio, no sería una sorpresa si su figura crece con el paso de sus excentricidades y, con un par de golpes de opinión, presuntuosos y efectivos, lo veamos en menos de un año ajustarse la banda presidencial