Colombia y la paz desde lo lejos
Por Roger Zapata Ciro
Universidad de Antioquia
Licenciatura en Filosofía
restiv1990@hotmail.com
La paz para Colombia se ha convertido, paradójicamente, en una tragicomedia. Fueron varias las generaciones que esperaron ver tan cerca el fin del conflicto armado. En nuestra historia reciente fueron muchos los que vieron morir a familiares, amigos, descosidos, hasta que muertas y desconocidas fueron sus ilusiones de poder conseguir eso que llamamos “la paz”. Esta es la parte trágica. La muerte de tantas personas, de los sueños, de las ilusiones, de los ideales. Todo eso tan demasiadamente humano feneció.
Ahora, que de alguna manera está tan cerca el fin de, por lo menos, parte del problema, nos dedicamos a confrontarnos. Se pelean los del Sí y los del No, los partidos políticos, los militantes entre sí, las ramas del poder público se restan legitimidad; reflejando la imagen de que Colombia es un Estado fallido. Si los elementos constitutivos del Estado (la población, el territorio y los poderes públicos) no logran un acuerdo sobre lo conveniente, sobre lo que históricamente se hace necesario y, peor aún, en cómo darle cumplimiento a lo que está consignado en la Constitución, ¿qué más se puede decir?
Lo cómico reside en el mismísimo panorama que se ha presentado en el año que termina: una minoría vota No, otra minoría vota Sí, la gran mayoría se abstiene, una campaña maneja “borracha” la opinión pública, otra desangra las arcas del Estado para imponerse, se firma un segundo acuerdo que tampoco representó al grueso de la población -que no tiene claro en qué los representa porque no los leyeron. Se habla de mermelada por aquí y por allá, hasta que el azúcar se les subió a la cabeza a todos, tanto a los que Sí comieron como a los que No. Somos la muestra de que comer en exceso es malo, pero abstenerse de hacerlo aún más (¡pobres niños de La Guajira!).
Estas dos caras del asunto nos enseñan que la paz para Colombia es como el arcoíris: solo es visible cuando está lejos. Nos queda, pues, darle la vuelta a esa tragicomedia, y lograr que la paz sea eso que nos prometamos como pueblo, eso que no dejaremos huir, que sea eso que -como el arcoíris en el mundo imaginativo de la infancia- se quede incorporado irremediablemente a nosotros.
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