Columnistas

Color campesino

01 de agosto de 2015

¿Por qué mucha gente que vive en Medellín viaja cada ocho días hacia Oriente, Rionegro o pueblos cercanos? ¿Por qué a muchos les gusta ir a restaurantes que les recuerdan una fonda o los comedores de las fincas? ¿Por qué muchos están despiertos desde las 4 o 5 de la mañana y no les gusta trasnochar? Muchos crecimos en casas donde no faltó el papá o tío que dañó un electrodoméstico o aparato que intentó arreglar sin tener idea porque “antioqueño no se vara”. ¿Quién no ha visto personas aquí que viven de apariencias y quieren demostrar todo el tiempo que son “gente bien” o se acostumbraron a preguntar de dónde viene el apellido? o ¿Cuál es el estrato? Es común ver familias inmensas que se reúnen a conversar donde no falta quien pida contar la misma historia y a la que el narrador agrega un par de exageraciones. Costumbres como estas vienen de la herencia que recibimos quienes crecimos en esta tierra vigilada por montañas a las que en sus orígenes llegaron principalmente inmigrantes campesinos. A partir de su fundación en 1675, a la actual Medellín se desplazó en mayor volumen gente proveniente del campo. Algunos trabajaban la tierra y la minería o habían sido esclavos o comerciantes. A ellos se sumaron algunos extranjeros que desarrollaron oficios como la relojería, la fotografía, la arquitectura o introdujeron tareas desconocidas como la construcción de pianos. Historiadores como Jorge Orlando Melo en “Historia de Medellín” o mujeres como Ann Twinam cuentan que hasta aquí llegó gente que le daba importancia al linaje, al origen familiar, al apellido o al color de la piel o el pelo. La honra y el qué dirán eran importantes, había gusto por las mujeres sumisas y existía devoción por la religión y sus principios conservadores. Eran personas que estaban acostumbradas a madrugar para trabajar la tierra verde que querían, no se rendían ante los problemas, venían de familias unidas como clanes en las que los hombres eran “machos” a los que se veía con recelo si expresaban sus sentimientos o mostraban su debilidad. Muchos obreros o empleados se quedaron con la costumbre de “tomar trago” después de la jornada en el cultivo o en la mina. El aislamiento al que nos sometieron las montañas y la geografía hostil, hicieron que esta fuera una sociedad más aislada, cerrada y conservadora ante el cambio a diferencia de otras zonas y culturas del país. Por eso, aunque los años pasen y muchas costumbres cambien, en las casas de muchos aún vemos comportamientos que vienen de aquellos campesinos. Darle una mirada a nuestros orígenes y actitudes permite entender muchas acciones de esta ciudad y ser consciente de ellas es básico para mejorar, cambiar o conservarlas. Apreciar nuestro origen e idiosincrasia también nos hace valorar y defender a la gente del campo y cuidar el lugar donde nacimos. El actual himno de la Feria de las Flores y cuyo estribillo dice “somos un pueblo color campesino” resalta ese lado rural que tenemos muchos de los que vivimos aquí, así no lo veamos o seamos conscientes de él en nuestra vida diaria .