COMO EL DÍA Y LA NOCHE
Dulce y Caramela, así se llaman. La una por la expresión de su cara y la otra por el color de su pelaje. Nacieron por la misma fecha y llegaron a nuestra casa el mismo día por caminos distintos: Dulce, la de la cara ídem, vino de un hogar donde lo tenía todo, amor, cuidados y mimos incluidos. Caramela, en cambio, vagaba abandonada por las calles sin que a nadie le importara su rumbo ni su vida.
Dulce tiene los modales de una princesa, Caramela carece de ellos. Dulce es pausada, Caramela es veloz. Dulce es silenciosa, Caramela se hace sentir. Dulce acepta el cuido como su único alimento, Caramela es velona y canequera. Dulce tiene clase, Caramela es gamina, en el mejor sentido. Dulce nos derrite con su ternura, Caramela con sus travesuras.
Dulce y Caramela son el día y la noche, pero se aman. No solo comparten cama, comida, arena y juegos, sino que duermen abrazadas y se acicalan mutuamente y las diferencias, en vez de separarlas, las complementan. Estas gatas, a tres meses de nacidas, tienen objetivos comunes sin perder su independencia y, a mis ojos, ratifican que a este mundo lo que le falta para funcionar es mucho amor por el otro. Me gustaría prestárselas siquiera un rato a los candidatos en contienda... digo, en campaña, porque sospecho que podrían aprender un poquito, por lo menos, a respetar a sus opuestos, en vez de quererlos destruir con garras, colmillos y consignas ofensivas.
Crecer en el amor por el otro y en el respeto por el contrario es una actitud importante en la construcción de país. Caer en la tolerancia irreflexiva y en la alcahuetería, no, como cuando los partidos políticos admiten en sus filas a quienes tienen deudas pendientes, ya sean de honor, con la justicia o económicas con sus conciudadanos y cuando los electores, aun sabiéndolo, votamos por ellos.
Como las gatas, los hermanos, los amigos y los vecinos también somos diferentes, pero esa cadena de puntos de vista, de modos de ver y de sentir, no debería conducir a la fragmentación, a la violencia de palabra y de obra, sino más bien a la reflexión para consolidar argumentos y concretar acuerdos.
Y no me lo recuerden que lo tengo claro: Soy una ilusa irremediable, pero me gusta pensar que otra canción cantaríamos si, como Dulce y Caramela, pese a las diferencias, comiéramos del mismo plato. Seguramente será mucho pedir en una sociedad que cierra los ojos frente a las pequeñas violencias cotidianas, como si no pasaran: el que se brinca las normas e irrespeta a la autoridad; el maestro que grita y ridiculiza a sus alumnos; la madre que zarandea al pequeño que no atendió una orden de inmediato; el jefe rosquero que ignora los procesos de selección y asciende a dedo; el infiel que se burla de su pareja; el que llega borracho y acaba con mujer, muebles y enseres; el que riega un chisme para pescar en río revuelto; el que goza con el dolor ajeno; el que falta a su palabra; el tumbador que se siente un héroe; el envidioso; el que pide la muerte para el presunto inocente y caridad con el presunto culpable... Tolerancia que mata.
Pero respetar al contrario, en cambio, nos resulta imposible. ¡Grrrr!.