CÓMO NOS FALTA EL LICEO ANTIOQUEÑO
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La liquidación del Liceo Antioqueño determinó la caída de la educación oficial en Antioquia. El Liceo era el modelo imitable, el gran proyecto departamental para la formación de buenos ciudadanos, la escuela incomparable de tolerancia y disciplina en el culto al saber universal. Se acabó el Liceo en 1988 y desapareció la nota máxima. Era la mejor institución de bachillerato de la región. Desde entonces, se alteró el antiguo equilibrio y empezó a verificarse lo que hoy sigue indignándonos: Los colegios públicos pasaron a ser aquí de segunda categoría, pese a los esfuerzos plausibles por rehacer un proyecto educativo que tenía como paradigma el Liceo.
Los bachilleres del Liceo en la promoción de 1964 celebramos antenoche, con una fiesta espléndida en el Club Campestre, el cincuentenario de nuestra graduación, que sucedió entonces el 5 de diciembre en el Teatro Junín. El encuentro estuvo colmado de apretones de manos y abrazos y limpias expresiones de alegría. Los viejos compañeros volvimos a cantar el Himno del Alma Mater, a guardar silencio para recordar a los que nos anteceden en el viaje definitivo, a tomarnos fotografías para decorar los museos familiares, a evocar las enseñanzas, las efigies y hasta los sobrenombres de los queridos maestros, a bailar con sones deliciosos de los sesentas y a darle gracias a la Providencia por la bendición de alcanzar este acontecimiento jubiloso.
Nos decepciona el ranquin reciente de los colegios. Antioquia se compromete con un proyecto plausible de recuperación de la calidad. ¿Pero cuántas generaciones tendrán que pasar para restaurar el arquetipo de la excelencia que era el Liceo? ¿Si desapareció el modelo superior, cuál será el nuevo referente capital para que la educación oficial se reivindique y recupere la paridad perdida frente a la privada cuando se cerró el Liceo?
Hace años hablé en el Paraninfo sobre el Liceo entrañable, el de nuestros mejores años, el de la juventud, divino tesoro, que se fue para no volver, así continuemos hoy en día con la ilusión de que la edad es sólo un estado cambiante y renovable del alma, como si, en parafraseo del poeta, entonáramos una nostálgica e inútil canción de primavera en otoño. Cuando ejercía como Gobernador de Antioquia el sacrificado condiscípulo Antonio Roldán Betancur, en su despacho hablamos del siguiente aniversario de nuestra promoción como bachilleres del Liceo Antioqueño. Fue entonces cuando me dio la nefasta noticia de que la clausura del Liceo era inevitable, inminente, porque el modelo que nos había tocado vivir se había degradado hasta niveles espeluznantes. Se cerró entonces nuestra casa formadora del saber para la vida, la escuela mayor de democracia de la gente de Antioquia. La liquidación no fue temporal sino definitiva.¡Cómo nos falta a todos el Liceo Antioqueño!.