Con la bala dentro
En el pasillo de una clínica dos hombres miran una radiografía. Doctor, ¿él puede vivir así con ese plomo adentro? No puedo evitar el escalofrío. No vivo en un lugar aparentemente violento. O al menos eso creo. Pero ahora entiendo que es una negación mía. Pistolas y balas son cosa de la cotidianidad. Lo común. Lo usual. Como el correo, el aseo, los heladeros.
En esa emergencia entran heridos de bala todos los días. Allí está el padre de uno. El quiebre de su voz es como la aparición de una falla sísmica en la corteza de la Tierra. Como dijo Andrés Eloy Blanco, “cuando tienes un hijo, tienes todos los hijos del mundo”. Me partió el alma escuchar la explicación, es más complicado sacar la bala que dejarla donde está. Se va a formar una cápsula. Es muy poco probable que se mueva. Está bien alojada. Tuvo suerte.
La historia tiene algo más de profundidad. Es un cuento sobre la suerte. Tuvo suerte de poder llegar a la clínica. Tuvo suerte de que todavía hay antibióticos. Tuvo suerte de que hay material para la radiografía. El padre se desmorona y cuenta, él salió anoche a dejar una compañera de estudios en su casa, mientras la muchacha se bajaba del carro llegaron unos tipos a robarlo, no sé bien qué paso, pero aquí lo tengo, con una bala en la pierna. ¿Y la muchacha? A la muchacha no le pasó nada. Ella tuvo más suerte.
El destino son las grandes decisiones a las que llegas, gracias a las pequeñas acciones de tu vida diaria. El tiempo que le dedicas al trabajo, a los sueños, a la familia. Una medalla olímpica está compuesta de miles de sesiones de entrenamiento. Una novela de inagotables horas de pensar, investigar, escribir, borrar. Los detalles mínimos, en apariencia insignificantes como sentarse en una plaza, empujar al bebé en el coche calle abajo, comprar un regalo de cumpleaños, queso para la pasta, o comenzar a escalar porque surgieron las ganas, y de las ganas la idea, y de la idea un sueño, y de allí a la acción. Todo gran destino, todo gran logro comienza por un paso pequeño que pasa desapercibido.
La vida provechosa y productiva requiere de gran decisión, de voluntad, de motor interno, tiene valor en la medida que somos libres para controlarla, en que las circunstancias nos dejan espacio para elegir lo que creemos que es mejor para nosotros, incluso cuando nos equivocamos, para enfrentar el miedo al fracaso. La libertad es campo para construirnos, implica ser dueños de lo que somos y no se puede apoyar en la suerte salvo como circunstancia, no un factor necesario y definitivo para una decisión.
Los regímenes como este utilizan todos sus mecanismos para generar miedo y dependencia que terminan por apaciguar a los individuos, así quiebran la voluntad de la gente y le arrebatan el control de su vida. Todo es prestado, regalado, todo depende de ese gran ente llamado gobierno que asume el papel de un dios, que da y quita según le parezca, según le convenga para mantenerse en el poder.
Cualquier cosa buena de la vida pasa a ser cuestión de buena suerte, y los atenuantes de una adversidad, hasta de una tan horrenda como recibir un tiro en la pierna, también son considerados una sonrisa del azar. Lo básico se convierte en un regalo divino, pero no como una reflexión filosófica o espiritual sobre la maravilla que es la vida. Es más bien un gran cansancio. Todo te arrastra y te va carcomiendo un sentimiento devastador: la impotencia.
A veces me pongo a recordar ese pasillo. Pienso en ese muchacho y su padre. Esa escena cuando en ellos se encarnó la impotencia. Me pregunto si después celebrarían la vida, esa llamada buena suerte, si tal vez no fue tan fácil olvidar y aún sintiéndose culpables frente a mayores horrores que han vivido otros cerca, luchen contra sí mismos, en ese limbo entre la tristeza y la gratitud, a dónde han ido a parar los grandes olvidados de Dios en Venezuela. Aquí se camina con un peso dentro, resistiendo sin saberlo. Heridos todos por la violencia que nos azota. Hermanos de país, pero también de sangre. Disparan contra uno, disparan contra todos. Y nos toca vivir así, con el miedo encapsulado. Es la vida con una bala dentro .