Conectar a las regiones: el reto de la competitividad
La competitividad es un atributo esencial para el progreso de las naciones. El Foro Económico Mundial la define como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan la productividad de un país; sin embargo, hablar de competitividad debe ir más allá de la capacidad de los sectores económicos para producir más eficientemente bienes y servicios, e incluir las condiciones de bienestar que puedan distribuirse entre la gente de manera inclusiva, equitativa y sustentable, como resultado del crecimiento económico y el dinamismo de los sectores tanto público como privado.
Según el último Índice de Competitividad Global publicado en el 2019, Colombia ocupa el puesto 57 entre 141 economías a nivel mundial. Este ranquin es liderado por Singapur, superando a Estados Unidos que ocupó el segundo lugar. En América Latina, Chile encabeza el grupo de países más competitivos en la región, seguido por México, Uruguay, Colombia y Costa Rica. Los países del hemisferio con menor competitividad son Nicaragua y Venezuela. En la última medición, nuestro país mejoró su puntaje en 10 de los 12 pilares evaluados por el índice, haciendo la salvedad que esta medición no incluye los cambios generados por la crisis del covid-19.
A finales de febrero de 2021, el Consejo Privado de Competitividad y la Universidad del Rosario presentaron la octava edición del Índice Departamental de Competitividad (IDC) en el cual Bogotá D.C., Antioquia, Valle del Cauca y Santander ocupan las primeras posiciones, mientras que Chocó, Guainía y Vichada se ubican como los departamentos menos competitivos. Hay otros que si bien no se han destacado por su liderazgo en este tipo de ranquin, sí sobresalen por nuevas potencialidades a partir de las cuales pueden impulsar su crecimiento y desarrollo regional. Es el caso de Caldas, que viene consolidando un ecosistema idóneo para los negocios y la productividad empresarial; Boyacá, que sobresale por sus buenos indicadores en cobertura y calidad educativa, o Amazonas y Guaviare, que se proyectan como referentes de la sostenibilidad ambiental y la gestión responsable de los recursos naturales. No obstante, el informe también revela que entre el 2019 y el 2020 las brechas entre departamentos han aumentado, por lo que las desigualdades socioeconómicas entre regiones siguen siendo un reto a superar de manera prioritaria si queremos unir a todo el país alrededor del progreso. De ahí la importancia de reconocer las fortalezas propias de cada región para potenciarlas de manera integral con mayor presencia y apoyo institucional.
La hoja de ruta de la competitividad nacional debe ser diferenciada de acuerdo a las realidades y a la estructura productiva de cada departamento. Además, debe volcar las fortalezas económicas hacia un mayor desarrollo social, lo que implica un mejoramiento en índices complejos como el de la pobreza, el desempleo, la informalidad y las limitaciones que aún existen en la cobertura y calidad del sistema de salud.
El Foro Económico Mundial presentó algunas recomendaciones que valen la pena observar, entre ellas la colaboración entre el sector público y privado, la aceleración de la transición energética, el aumento de la confianza en las instituciones públicas y la implementación de políticas más inclusivas que generen equidad.
Un país competitivo debe unir a las regiones a través de los factores reales de un progreso equitativo, inclusivo y sustentable: instituciones sólidas y eficientes, buenas redes de comunicación y transporte, educación y desarrollo del talento humano, sinergias empresariales a lo largo y ancho del territorio, seguridad integral para la inversión en oportunidades –sobre todo en los territorios más rezagados–, y en general, todas las condiciones que promuevan el bienestar integral y la calidad de vida de la gente, en quien debe finalmente irrigarse los beneficios del crecimiento económico