Consulta: ¡llegaron los bárbaros!
En la mañana los puestos de votación estaban semidesérticos. Las emisoras clamaban que a la capitalina Corferias, el mayor de ellos en el país, no se asomaba ni rastro de la gente que en otras elecciones acudía a esas horas. Antes del mediodía la Registraduría informó que la votación nacional sumaba dos millones y pico.
Los entusiastas de siempre se asomaban a las ventanas altas con almas afligidas. A ese ritmo, los electores alcanzarían apenas a cinco o seis millones. La realidad era otra: el nuevo país no madruga.
Los medios de comunicación también estaban perezosos. Se imaginaron que estos sufragios irían a remedar la lánguida consulta liberal en la que De la Calle ganó para perder. No destacaron a los ases del micrófono, molieron la información deportiva que día y noche aturde a los ciudadanos.
Incluso cuando se anunció que el total de votos arañó los doce millones, los titulares y analistas se vistieron de togados y sentenciaron que la Consulta Anticorrupción había fracasado porque no alcanzó el umbral decretado por la Constitución, las leyes, las buenas costumbres de la República y los diez mandamientos de Moisés.
Con excepción de las organizadoras Claudia López y Angélica Lozano, y de sus aliados reguetoneros, muy pocos vieron al nuevo país que se pronunció por la tarde. La ceguera de dos siglos perfectamente reglamentados para el fraude y la manipulación, les impidió percatarse de las muchedumbres.
Pero estas habían irrumpido calladamente. ¡Llegaron los bárbaros! ¿Quién los dejó entrar? ¿Acaso alguien los transportó en buses con tamales? ¿Qué partido político se lucró de semejante invasión? ¿A qué patriarca le pidieron permiso para salir del letargo?
El nerviosismo radica en que nunca en la historia tan pocas personas, con recursos menesterosos, lograron mover a tantos votantes. Es como si forasteros de otra galaxia hubieran desembarcado para truncar de un tajo la somnolencia patria. Nadie sabe si son jóvenes, si militan en algún partido o simplemente pertenecen al de los eternamente engañados y por fin engrandecidos.
Es de presumir que estos doce millones del alma no son de izquierda ni de derecha, son más bien hastiados. Se echaron a la calle, después del último desayuno dominical sin IVA, y metieron sus papeletas de repudio. Son una Colombia bárbara.