CONSUMO
Hay un relato corto extraordinario de Herman Melville llamado “El Vendedor de Pararrayos”. Cuenta como precisamente en un día de tormenta y relámpagos un hombre llega a la casa de otro con la intención de venderle uno de esos instrumentos y es recibido cargado de ironía y buen tino por el dueño de la vivienda que lo despacha sin comprarle el inútil aparato por considerarlo un despropósito para sus circunstancias.
Melville murió en 1891. Reconoce en su escrito tácticas de consumo de siempre, perfeccionadas en el tiempo, que haciendo uso del recurso del miedo o de promesas irrealizables, ofrecen cualquier cantidad de baratijas y objetos inútiles para atrapar incautos y hacer ganancia. Consumo sin sentido.
Hay una serie de documentales de la BBC llamados “Los hombres que nos hacen gastar”. Es una investigación profunda sobre negocios exitosos desde el punto de vista económico que son realmente una artimaña. A través de publicidades engañosas y no pocas veces recurriendo a la incubación del miedo, estos hombres advierten de peligros inexistentes a los que estaremos sometidos si los productos que ofrecen no son consumidos, casi un riesgo para la supervivencia misma. Así hacen millones. La salud y el fatuo deseo de la eterna juventud juegan un papel protagónico en estas argucias. También recurren a instintos básicos de ansias de poder y dominio. La industria del automóvil sabe bastante de esto y se ha encargado de que muchos de sus productos sean una declaración en este sentido, más que un medio de transporte eficiente y efectivo.
Aguas milagrosas, medicinas prodigiosas, dietas rejuvenecedoras, máquinas moldeadoras de cuerpos se terminan transando a precios descabellados comprados por ilusos consumidores. Nada diferente a las patrañas utilizadas por el indio amazónico para vender sus yerbas. Melquiades sorprendiendo a Macondo.
Me acuerdo de Diógenes, célebre griego por llevar sus necesidades de consumo al mínimo. “No me tapes el sol”, le respondió al ofrecimiento generoso de Alejandro Magno de proporcionarle lo que pidiera. Hace poco me di cuenta pasando por un almacén de productos para el hogar que el pandequeso del sanitario hay que cambiarlo cada dos años y el colchón cada no se cuantos. Ando bien atrasado en esos menesteres.
El modelo económico que tenemos en el mundo y concretamente el capitalismo se espolea por el consumo. Inicialmente no tiene nada de raro ni de perverso. La cuestión es que en la forma que lo llevamos a cabo está siendo insostenible. La tierra esta sobreexplotada. Ha perdido su punto de resiliencia o recuperación de la utilización a la que se le somete.
Hay una capacidad de consumo para mover la máquina en todas las personas que tiene sus necesidades insatisfechas. Con eso se puede mantener el sistema andando. Pero ojo, hay que establecer modelos que lo hagan sostenible, que puedan mantener el delicado balance que estamos rompiendo. Conciencia en el consumo y equidad son parte de la respuesta. Muchos paradigmas tendremos que romper y nuevas formas explorar si queremos que este sea un mundo viable, si queremos que las próximas generaciones no sean las últimas de la especie. Paradójicamente muertos por una sobrepoblación descontrolada que consume de forma insostenible, a rabiar, entre otras cosas.