Conviviendo con el agua
Fui uno de los miles de testigos que contemplamos, impotentes y asustados, el vendaval que azotó a Medellín y taponó algunas de sus principales avenidas la tarde del 29 de octubre. Durante más de cuatro horas estuve varado en medio de una fila de varios kilómetros de camiones, buses y automóviles en las tres grandes vías que comunican la ciudad con el Norte.
Logré escapar de esa trampa de carros atascados en el lodo cuando ya era de noche, remontando las laderas del barrio Castilla. Lo que vi por las calles no lo olvidaré: árboles caídos, calles anegadas, carros a la deriva navegando en los lagos que se habían formado bajo los puentes.
¿Por qué el agua se ha convertido en enemiga de los hombres? pensé mientras buscaba alguna calle sin lodo que me llevara hasta mi casa.
Al día siguiente tuve que viajar a la costa Atlántica. La luz del sol alumbró las llanuras inmensas de la Depresión Momposina inundadas por las crecientes de los ríos Magdalena, Cauca, Nechí, Sinú y San Jorge.
Gracias a esa luz, desde la ventanilla del avión pude contemplar el milagro que todavía sobrevive allá abajo, después de tantos siglos: la inmensa telaraña de canales en forma de espinas de pescado, de estrella, de abanico y de cuadros construidos por los indios zenúes para proteger sus tierras de las inundaciones. Un prodigio de la ingeniería hidráulica. Más de 500.000 hectáreas de canales cavados con herramientas rudimentarias hace más de 2.000 años para dejar correr libremente el agua que inundaba sus tierras en el invierno y luego apresarla y conservarla para regar sus cultivos en el verano.
De este modo, durante unos trece siglos, lograron habitar esa extensa llanura —una especie de batea situada entre 20 y 25 metros por debajo del nivel mar— conviviendo con los ríos más caudalosos de las sabanas del norte de Colombia.
La arqueóloga Ana María Falchetti, quien ha estudiado por muchos años este portento de la ingeniería prehispánica, dice que los zenúes se metieron en este balde de agua porque necesitaban comida para mucha gente: unos tres millones de personas. Antes de la llegada de los españoles, en esta región había alrededor de 160 habitantes por kilómetro cuadrado Hoy si acaso hay un habitante por cada kilómetro.
“Esto era la Venecia de los zenúes”, dice la arqueóloga. “La tierra firme era muy poca porque el invierno duraba 9 meses. Ellos aprendieron a vivir con el agua”.
La arqueóloga descubrió que los indígenas se comunicaban navegando por los canales y en los bordes hacían terraplenes. Estos terrenos elevados o camellones eran ideales para cultivar sobre ellos y también construir viviendas. Hoy los campesinos y pescadores de la región los llaman “lomillos de indios”.
En épocas de invierno, las aguas de las crecientes eran conducidas por los canales largos desde los caños hasta las zonas de cultivo, donde eran distribuidas por los canales cortos que al provocar la disminución de la velocidad de la corriente, propiciaban el depósito de sedimentos ricos en nutrientes. Luego, estos eran removidos y se depositaban sobre los camellones para fertilizar los cultivos. Los canales en cuadrícula mantenían las reservas de humedad para cultivar durante el verano.
Hoy la mayor parte de los canales y los camellones se han aplanado, aplastados por los cascos del ganado y las llantas de los tractores de los cultivadores de arroz. La Venecia de los zenúes es un potrero anegado durante la mayor parte del año.
¿Por qué los hombres de hoy somos así? pensé. ¿Por qué destruimos la Tierra y convertimos el agua en uno de nuestro peores enemigos? Con razón ya nos da miedo soportar hasta un aguacero.