Cruzada por la infancia
Por Cristian Felipe Ramírez G.
Universidad de Antioquia
Facultad de Historia, 8° semestre
cfelipe.ramirez@udea.edu.co
Cuenta la historia -muy discutida, por cierto- que hacia el año 1212 un grupo de niños se embarcó en una expedición utópica: reconquistar Tierra Santa de manos musulmanas. Encabezados por dos valientes chicos, uno alemán y otro francés, formaron una cuantiosa muchedumbre que puso en marcha el proyecto.
Viajarían hacia el sur de Europa hasta llegar al Mediterráneo, y de ahí a Jerusalén. La pregunta de cómo atravesarían el mar no constituía un problema, pues Jesús en persona se les había aparecido a ambos líderes y les había asegurado que él abriría el mar como lo hizo en el éxodo de Moisés.
Después de que unos pocos valientes niños llegaran a la costa, y luego de sortear todo tipo de dificultades, desde hambre hasta enfermedad, tales esperanzas se vieron frustradas. No sólo no se abrió el mar, sino que para cruzarlo fue necesaria la colaboración de unos barqueros que se ofrecieron a ayudarlos, vendiéndolos finalmente como esclavos en Egipto.
Esta leyenda, real o imaginada, no difiere mucho de la actualidad. El hambre, las enfermedades, las guerras y la violencia hacia la niñez hoy se hacen cada día un tema recurrente y, lo peor, aceptado. Ello, aunado al hecho de que no estén en capacidad de reclamar sus derechos, hace a la niñez más vulnerable a las políticas sociales que, a decir verdad, no la tienen como centro de atención.
Necesitamos una nueva mentalidad, más inclusiva para con ellos. La infancia no sólo es el futuro, sino también el presente de una sociedad. Ahora bien, ¿acaso fueron prioridad del pasado? En nuestra preocupación por la niñez está el reconocimiento de nuestra humanidad. Quizá con esta nueva mentalidad podamos algún día decir como nuestro poeta: “infancia, valle ameno”.
Aquellos pequeños medievales del XIII se ponen como ejemplo a los actuales: las dificultades las trae la vida en el camino; la Tierra Santa por conquistar son sus sueños. Hagamos que estos niños lleguen a su destino; no seamos los barqueros del Mediterráneo.
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