Columnistas

¿Cuál Futuro?

04 de noviembre de 2017

¿Hay posibilidad de trascender la polarización y las brechas que dividen hoy al país? ¿Hay esperanza de sanar los rencores, el odio y la rabia que intoxican y fragmentan el cuerpo social que es Colombia?

No lo digo solamente por las reacciones que en estos días ha tendido la noticia de la candidatura a la presidencia de Rodrigo Londoño, más conocido con el alias de Timochenko. Más bien, me refiero a la polarización como condición histórica y como una actitud cultural que a lo largo de las décadas ha permeado la historia y el carácter de este país, manchándolo de sangre.

Lo digo porque a estas alturas, después de siglos de violencia y de fragmentación, debería ser evidente para todos los colombianos que la polarización y la división no aportan al bienestar del país. Más bien, contribuyen a su desangramiento, subdesarrollo y, finalmente, a su autodestrucción. Sin embargo, cualquier nuevo desafío se sigue enfrentando siempre de la misma forma: perpetuando odios, amenazas y violencia. El juego es siempre el mismo: se ve al otro como la fuente de todos los males. Para unos, son las Farc, para otros son los paramilitares, para algunos es Uribe, para otros es la izquierda. De esta forma, a través del tiempo, se ha desarrollado la convicción de que la aniquilación del otro es condición necesaria para la victoria y el bienestar del país. Así la eliminación y la ausencia del otro se convierte en la condición para tener paz. Lo que es una perversión de la noción de esta.

Mientras que los colombianos sigan viviendo aislados los unos de los otros, encarnando casi una forma de autismo colectivo, incapaces de tomar conciencia de la presencia del otro, de entender sus necesidades y razones, el país permanecerá en una condición de ceguera, donde cada uno permanece pegado a su propio mundo, su propia verdad, ocupándose solamente de sí mismo. Este aislamiento es una patología social. Porque ya la historia nos dice a qué nos lleva esto: a más abuso y a más destrucción, que finalmente se vuelve en autodestrucción.

Entonces, sería ahora el tiempo para intentar algo distinto. Porque en ninguna otra época de la historia como en la que vivimos, la acción o la inacción tienen un impacto tan trascendental en la sobrevivencia de la especie humana y de nuestro planeta.

Por eso, si a lo largo de la historia se han enfrentado los desafíos del país cerrando el corazón, la mente y la voluntad al otro, quizás ha llegado el tiempo de educarnos en nuevos principios, paradigmas y prácticas que permitan abrir el corazón, la mente y la voluntad. Solo de esta manera podemos tomar conciencia de la existencia del otro, entrando en relación con él. Solamente así será posible darse cuenta de la interdependencia de nuestras vidas, hacerse nuevas preguntas y encontrar nuevas soluciones para el bienestar de todo el país.

El presente ya contiene la semilla del futuro. Por eso, la pregunta colectiva que hay que hacerse hoy es: ¿Cuál es el futuro que queremos que surja?.