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CULTURA ANTIVALORES: ¡RENDIRSE, JAMÁS!

01 de noviembre de 2015

A veces tengo un pensamiento que tiende a volverse convicción, pero me rebelo contra él y pierde fuerza, como los huracanes. Solo que cuando se convierte en tormenta tropical ya ha dejado en mí profundos estragos: tristeza infinita, desaliento y ganas de dormir quince días seguidos, a ver si cuando despierte todo ha vuelto a la normalidad.

Según algunas personas a las que oigo hablar y veo actuar, a quienes tenemos valores inoculados en nuestro ADN, nos “mataron”, estamos condenados a la extinción. Y no me refiero únicamente a los corruptos de todos los pelambres, pillos reconocidos o anónimos, sino a todos aquellos que vinieron a este mundo a causar daño, que están convencidos de que palabras como respeto, honestidad, fidelidad, dignidad, amor propio y otras afines, deberían ser abolidas del lenguaje y de la sociedad porque son incompatibles con el género humano. Me niego a aceptarlo.

Y confieso que el solo hecho de pensar que la sensatez, la verdad, la transparencia y el sentido común pudiesen ser incompatibles con nosotros, me deja al borde de un ataque de pánico. En momentos como ese no sé si tomar goticas de valeriana, sentarme a llorar como una loca o, sencillamente, hacerme la loca para que no me duela. ¡Cancelado! Prefiero seguir dando esta pelea, animada por la certeza de no ser la única que lucha contra ese monstruo de mil cabezas que amenaza con acabar con lo poco que nos queda.

Yo creía que esa condición es la causa de esta sociedad caótica, desigual, atrevida y miserable, pero no, según los validadores de los antivalores, eso es lo normal. Ja, qué risa. Puede que sean comunes, pero jamás serán normales la traición, la deslealtad, la manipulación de los sentimientos ni el abuso de poder contra los más débiles.

Desaprobación y rechazo deberíamos aplicarles al que roba, al “avión” que aprovecha el papayazo, a los que pierden hasta el último gramo de humildad y se creen el caramelo escaso, a los que insultan o amenazan bajo la máscara de un seudónimo y a los que humillan a los demás incluso cara a cara.

No es normal, aunque es común: Que el profesor venda el tema del examen y que el alumno lo compre. Borrar registros y expedir recibos falsos para exonerar de impuestos al contribuyente. Quedarse con las devueltas de más entregadas por error del cajero en una tienda. Los nombramientos laborales ganados en franca lid y luego denegados porque alguien “hizo más méritos” por debajo de la mesa. El chofer que llena el bus “por la de atrás” y sus bolsillos con el dinero del pasajero cómplice. El que abusa de la confianza. El que empeña su palabra y después no cumple. El que maneja doble agenda amorosa. El que compra películas piratas (y aquí caemos muchos. Me avergüenza la primera persona pero confieso que lo he hecho). Y la lista sigue...

Se llama concupiscencia “el deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito de placeres deshonestos”. Vacíos de crianza en algunos y desvío del camino en otros, nos han llevado al punto crítico de ver como normal lo anormal. ¿Nos rendimos o seguimos en pie de lucha?

No me creo dueña de la verdad absoluta, pero entre quienes desprecian los valores y quienes los defendemos, quiero pensar que los segundos tenemos la razón, aunque me digan utópica o vieja pendeja.