Columnistas

De Cosmópolis a Westfalia

22 de noviembre de 2016

En 2011 publiqué, con Felipe Piedrahita, el libro De Westfalia a Cosmópolis. Soberanía, ciudadanía, derechos humanos y justicia económica global. Estábamos frente a una comprensión de la época histórica en la que la idea de un cambio en el paradigma del derecho internacional basado en el principio de la soberanía de los Estados, hacia uno centrado en la protección de los derechos humanos, era considerado por muchos un cambio trascendental para la sociedad mundial. Lo era porque significaba que el nuevo derecho cosmopolita, entendido como un derecho de los individuos, tenía como perspectiva fundamental eliminar la guerra en las relaciones entre los Estados.

En el modelo que se pactó entre las potencias europeas en el Tratado de Westfalia de 1648, el Estado soberano tiene el monopolio de la fuerza, que se realiza sancionando a aquellos que violan las leyes. Esta idea proviene de Hobbes. En su argumentación resulta posible para los individuos instaurar una autoridad común para superar el problema del estado de naturaleza, pero esta perspectiva está negada para los Estados. Todos los Estados son soberanos. El principio de la soberanía de los Estados no se puede unificar con una autoridad supraestatal. Esto quiere decir que la paz se basa en un Estado que intimida en lo interno mediante la amenaza de castigos, que disuade en lo externo mediante su desafiante poder económico y militar, y que niega que puedan plantearse criterios de justicia para definir las relaciones entre los Estados. De la idea westfaliana se sigue que la justicia y la injusticia están ausentes en el ámbito internacional.

El modelo cosmopolita de orden internacional que emergió con mucha fuerza después de la Segunda Guerra Mundial afirma como idea central que es posible regular las relaciones entre los Estados, no a partir de la soberanía y la guerra, sino de la garantía de los derechos humanos individuales. En el núcleo del cosmopolitismo moral está la tesis que dice que cada hombre tiene el mismo valor o el mismo derecho a la libertad y la autonomía y que esta circunstancia lleva consigo obligaciones morales y responsabilidades, que tienen alcance universal y que obligan a los Estados. A partir de esto se planteó el progresivo desmantelamiento del sistema internacional basado en los Estados, mediante limitaciones al principio de soberanía y a través de la creación de instituciones de gobernanza global como el FMI, la OMC, el Banco Mundial, la ONU, o jurídicas como la Corte Penal Internacional.

Pero el tren que partió de la Sala de la Paz del Ayuntamiento de Münster, en la región histórica de Westfalia, después de que se puso fin a las guerras religiosas, se ha detenido en 2016, un año triste. El maquinista principal, el señor Trump, puso reversa. El señor Putin retiró a Rusia del Estatuto de Roma. Le Pen, Orban, Ukip, Uribe, saludan desde las ventanas a sus entusiasmadas masas. Se empieza a cerrar así la posibilidad de un proyecto de la paz por medio del derecho en las relaciones entre los Estados.