Columnistas

De las creencias y la guerra

22 de mayo de 2017

Entre el Tigris y el Éufrates se encontraban dos de las principales ciudades sumerias: Lagash y Umma. Entre estas ciudades-estado del sur de Mesopotamia comenzó una guerra que duró un siglo. Es la primera guerra de la que tiene registro la humanidad. La zona era extremadamente fértil y debido al potencial agrícola de la zona su dominio fue desde siempre una causa de disputa entre las ciudades. Lagash había logrado un poder considerable, y sintiéndose amenazada Umma logró reunir por primera vez una coalición bélica. Durante años, a un altísimo costo para sus habitantes, las ciudades se enfrentaron. Aunque Lagash logró la victoria, su dominio no fue eterno. Pronto volvió la inestabilidad, los pueblos ocupados que se negaban a pagar tributos y mientras las ciudades continuaban su enfrentamiento un enemigo aún más poderoso se iba despertando: Uruk. Eventualmente Lagash desapareció. Y así sigue la historia de la humanidad durante miles de años hasta hoy. Han cambiado los nombres, la ubicación, las dimensiones y los sistemas de gobierno, pero siguen las guerras.

Los registros que quedan de esa primera guerra no solo también nos muestran lo mitológico. En la antigüedad la guerra también tenía aspecto suprahumano, con dioses vengativos, dioses protectores, de promesas de victoria y gloria que llegaban desde el cielo. Uno de los ejemplos más claros entre tantas historias es que la frontera entre Lagash y Umma, según la creencia de los sumerios, la había delimitado su dios supremo Enlil, cuando él mismo había puesto la Estela que dividía sus territorios.

Resulta casi inverosímil hoy en día creer que las vidas de quienes habitaron esas ciudades, de quienes comandaron y pelearon esas guerras, estaban tan marcadas por sus creencias, hasta el punto de ir a la muerte por un mito, por un dios jamás visto, por una cantidad de ideas tomadas como verdades absolutas. En nuestra realidad de hechos comprobables, de positivismo, en que creemos que todo derecho está consagrado y en que la retribución frente al quebranto de la norma debe estar establecida por la ley, resulta casi increíble. Tendemos los hombres contemporáneos a juzgar al de la antigüedad, aquel que creía que los fenómenos naturales eran caprichos de los dioses, que ignoraba la existencia de su propia galaxia, y sobre cuya mente no se asomaban siquiera las preguntas filosóficas y científicas que nos hacen sentir hoy por hoy que somos una especie evolucionada.

Hoy entre el Gran Sahel y la región del Lago Chad en África se han producido conflictos que han desplazado a más de cuatro millones de personas. Las Naciones Unidas intentan sostener una crisis en la región que ha matado ya a 70 miembros de su misión. Desde los ataques del extremista Boko Haram hasta los Yihadistas que atacan en zonas de Burkina Faso y Costa de Marfil, la población civil vive en constante crisis humanitaria. Una crisis que es tan grave y tan frecuente que ya el mundo rara vez se pregunta sobre ella.

En Siria, mientras tanto más de 500 mil muertos y doce millones de desplazados es lo que se estima que ha dejado un conflicto de casi seis años. Las imágenes de la destrucción han dado la vuelta al mundo, así como las de quienes han intentado atravesar mares para encontrar la paz que su país no ha podido darles. Algunas de las más tristes, las de los niños que mueren ahogados en el Mediterráneo. Sus cuerpos bañados en la playa que lo dejan a uno, por más lejos que esté, con una sensación aterradora de que no hay alegatos que sustenten la inocencia.

Dicen que el mundo jamás ha visto una era de tanta paz. A pesar de los horrores que todavía se cometen. A pesar de que en cada país del mundo en cierta forma hay una guerra, hay una expresión de violencia, desde la que ocurre en la soledad de una casa violenta, hasta los ataques terroristas que se han perpetuado abiertamente en calles europeas, el ser humano sigue apostando a la violencia.

Podemos analizar las causas durante horas, y seguro la diplomacia hace y hará sus informes. Los líderes sabrán o no la causa, pero para cambiarla se hace poco. A pesar de tanta evolución seguimos como hace miles de años, con la guerra en medio de nosotros. Los antiguos mataban y morían aferrados a sus dioses, Nosotros ¿En qué creemos ahora?