De regreso a mi tierra...
Escribo desde un avión que cubre la ruta Medellín-Miami (para ser más exactos, al aeropuerto de Fort Lauderdale) después de haber estado por más de un mes en mi querida tierra.
Algunas personas, antes de entrar a la sala de migración se despidieron llorando de sus familiares. Otras, aprovecharon para gastarse sus últimos pesos colombianos comprando pandequesos, y una botellita personal de manzana Postobón. Y mientras veía este panorama recordaba que cuando vives lejos la vida pasa y te exige volver a tu nuevo lugar de residencia y continuar con tus responsabilidades.
Al despegar el avión algunos pasajeros se pegan de la ventana mirando con nostalgia los diferentes tonos de verde que adornan el hermoso Oriente antioqueño. “Adiós Colombia”, dice algún niño en español con acento americano. “¡Ve! ¡Desde aquí se ve la finca de mi tío!”, exclama otro pasajero emocionado.
Visitar el país de origen (trato de hacerlo una vez al año) es volver a encontrarse consigo mismo, con las personas que uno quiere, con esos lugares emblemáticos para la historia de cada quien (la casa de los padres, la finca, Confama que para mí era como un Disney antioqueño).
Y al mirar este último mes recuerdo que cuando llegué, desde que el avión tocó tierra colombiana (o rionegrera, para ser más exactos), no tuve vergüenza en unirme a los aplausos que suelen hacer parte de ese ritual de aterrizaje.
“¡Qué lindo es volver al lugar nativo y poder recordar con los viejos amigos la dulce infanciaaa...!”, dice una canción de Efraín Orozco y aunque yo no recuerdo haber jugado ni con pelota de trapo ni con barquito de papel (siempre me quedaban chuecos), sí puedo decir que cada parte de mi tierra siento que es una pieza esencial de mi historia, de lo que soy y de lo que ahora debo entregar en el nuevo lugar donde vivo.
Al regresar a tu tierra te das cuenta de cómo la vida sigue su curso. Y aunque existen el email, el Skype, el WhatsApp, el Facebook, el Facetime y las muchas redes sociales, herramientas y aplicaciones para hablar a larga distancia y sin costo, te das cuenta que no hay como la presencia física para palpar muchas realidades.
Algunos amigos se han casado. Niños han nacido (entre ellos mi sobrina Gabriela), algunos ancianos (y otros más jóvenes) han partido.
Llena de ilusión ver nuevamente a la familia reunida. Recordar que fue en el seno de un hogar y en compañía de seres muy especiales donde aprendimos a ser personas, a relacionarnos, a experimentar el amor en todas sus dimensiones y en primera persona y ver cómo alegra el abrazo de un reencuentro. De sentarnos a comer juntos una arepita de chócolo para ponernos al día de noticias.
Volver a nuestro país es recordar de dónde venimos, es llenarnos de oxígeno y recargarnos de pilas para continuar con nuestra vida dondequiera que vayamos.
El avión acaba de comenzar el descenso y desde aquí te digo Colombia que no te he dejado atrás y que lo mejor que me has dado lo llevo en el corazón para exportarlo al nuevo lugar donde vivo.