Débora Arango
Hay libros que uno tuvo en las manos y dieron horas enormes de felicidad, libros que se devuelven, por más que uno quisiera tenerlos el resto de la vida, porque no nos pertenecen; luego, como nunca más se vuelven a ver, uno duda si en realidad existieron o fue una invención maravillosa de la adolescencia.
A mí me pasó con un libro rojo sobre Débora Arango, la pintora que nació en Medellín en 1907. El libro pertenecía a la escuela donde mi padre era rector, él, como sabía que me gustaba tanto, cada que podía lo prestaba en la biblioteca y me lo llevaba de sorpresa a casa. A los ocho días exactos, me pedía que lo devolviera. Nunca lo olvidó, a pesar de que yo no quería desprenderme de ese libro. “¿Por qué tengo que devolverlo si yo lo leo más que todos los niños de la escuela?”, le pregunté muchas veces a mi padre. “Porque ese libro es un bien público y los bienes públicos nos pertenecen a todos, no solo a un individuo”, me decía. Su respuesta siempre me pareció exagerada, pero con el tiempo entendí.
El problema de todo esto era que ese libro no se conseguía en ninguna librería de la ciudad y a mí me tocó conformarme con mirarlo solo de vez en cuando, hasta que mi papá murió y nunca más supe de él. ¿Y por qué me gustaba tanto ese libro? Porque desde que conocí la obra de Débora Arango en el Museo de Arte Moderno, en la vieja sede de Carlos E., me encantó la irreverencia de la pintora. Tenía que tener la mente muy clara, una convicción potente para soportar el rechazo de sus maestros envidiosos y de una sociedad extremadamente conservadora. Veía en ella la libertad, la convicción de soñar en tierras cercanas. Además, sus mujeres desnudas, sus pinturas del 9 de abril me daban una perspectiva que yo no había descubierto en ningún otro pintor colombiano.
Pero como la vida siempre te sorprende, un día apareció una amiga querida con aquel libro rojo cuyo título yo no recordaba: “Débora Arango, el arte de la irreverencia”. Me dio tanta alegría esa sorpresa. Por fin pude ver nuevamente las imágenes que 20 años atrás me habían hecho muy feliz. El erotismo de “Adolescencia”, lo impresionante de “El tren de la muerte”, la ironía de “Salida de Laureano” me hicieron sentir que el tiempo no había pasado.
Casualmente, supe hace poco que Teleantioquia presentará una serie sobre Débora Arango. Me alegra muchísimo que los ojos de esta sociedad vuelvan sobre esta gran pintora antioqueña. Ojalá, de paso, esto también sirva para que la gente recorra con ímpetu los museos, conozca nuevos artistas y, por supuesto, no olvide a quien alguna vez, ante la doble moral de esta sociedad, que no ha cambiado mucho, tuvo que decir: “El arte, como manifestación de cultura, nada tiene que ver con los códigos de moral. El arte no es amoral ni inmoral. Sencillamente no intercepta ningún postulado ético”.