Decepcionante
Con el resultado del Plebiscito parecía alentadora la disposición de distintos sectores del Sí y del No para acercar diálogos con respecto al Acuerdo firmado con las Farc. Lamentablemente, poco a poco, no solo los que votamos por el Sí, sino muchos de los que votaron por el No, vamos deduciendo que lo que ha prevalecido en esas escenas de teatro son artimañas politiqueras y no aterrizadas contribuciones para destrabar el proceso de Paz. Lo que estamos viendo no es nada distinto a lo que se ha dado históricamente en nuestro país: que el asunto de la política y de lo público -perdonen la redundancia- no es lo fundamental; que lo de fondo, por debajo de la mesa, son los intereses y aspiraciones personales o de colectivos privilegiados. Poco a poco se van destapando las verdaderas intenciones de quienes fungen como representantes del más alto electorado del país.
Sentí recelo y preocupación al ver que las personas inicialmente elegidas, tanto por el Gobierno como por el jefe del Centro Democrático, eran todas figuras presidenciables. En un primer momento no le di la importancia debida a esa supuesta coincidencia. Pero lo que venimos viendo, ya no solo desde esas iniciales seis cabezas, sino desde otras esquinas que han reclamado tener poder y derecho para intervenir en las nuevas conversaciones y hacer nuevas exigencias, es que van metiendo en esa baraja, no otros negociadores, sino otros candidatos a la Presidencia. Por eso la persistencia en exigir modificaciones imposibles, incluso borrón y cuenta nueva a lo acordado en La Habana, y los mensajes, a veces explícitos y otras veces sutiles, de que esta tendrá que ser una renegociación de largo aliento. Esa es una clara señal para entender cuánto tiempo tomaría tejer una nueva concertación. Yo, un ciudadano con algo de malicia, presumo que, como mínimo, lo que falta para iniciar la carrera del nuevo inquilino de la Casa de Nariño.
Las personas del común nos preguntamos qué es lo que realmente se juega entre bambalinas, detrás de cada pronunciamiento o declaración de las cabezas más visibles de la escena en discordia; porque parece que todo lo que leyéramos o escucháramos tuviera que ser traducido, porque está cifrado con unos códigos que no conocemos, y en un lenguaje que le hace esguince a la ingenuidad y la palabra limpia de los ciudadanos. Mientras tanto, las víctimas, con el agua al cuello, reclaman celeridad con el nuevo acuerdo. Sin desanudarnos la corbata, los de ciudad seguimos haciendo movidas de ajedrez apuntando a un enroque de intereses particulares.
Uno de los lados positivos de este embrollo es que en la base popular se empieza a derretir la polarización que se profundizó en la pasada contienda electoral. Las continuas manifestaciones en muchos lugares del país ya no muestran esa dicotomía que enardeció la pasada campaña electoral. Se está formando el unísono de una exigencia popular para no dejar ir de las manos esta histórica oportunidad.
Tremenda responsabilidad de quienes hoy son piezas claves en estas renegociaciones. Muy pronto la historia dirá si su participación en este momento coyuntural estuvo centrada en el interés público -en la búsqueda de mejores rumbos para el país- o si sus habilidosas jugadas maquinaban intereses personales. Esperemos que, finalmente, prevalezca la sensatez y, sobre todo, la honestidad frente a los destinos del país, que sea escuchado el clamor de un solo color de los colombianos, y podamos llegar a esa nueva etapa de nuestra historia, que se nos hace esquiva.