DECLARACIÓN DE ALTERACIÓN
Por Peter Wehner
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Uno de los requisitos esenciales, aunque a menudo tácitos, de un presidente estadounidense es proporcionar estabilidad, orden y previsibilidad en un mundo que tiende hacia el caos, el desorden y la entropía. Cuando nuestros líderes políticos ignoran esto las consecuencias pueden ser severas. La estabilidad es fácil de dar por sentada, pero imposible vivir sin ella.
Proyectar convicciones claras es importante para evitar que los adversarios malinterpreten las intenciones y la voluntad de los Estados Unidos. Nuestros aliados también dependen de nuestra previsibilidad y estabilidad tranquilizadora. Sus acciones en el comercio y la economía, en alianzas con otras naciones y en el ámbito militar, suelen ser influenciadas por cuánto creen que pueden confiar en el apoyo estadounidense.
El orden y la estabilidad en la Rama Ejecutiva también están relacionados con la salud de nuestro sistema de gobierno. Esto emana por todo el gobierno federal. Desprovistos de liderazgo firme, las agencias ejecutivas fácilmente se vuelven disfuncionales.
Peor aún, si los pilares claves de nuestro sistema, como las agencias de inteligencia y orden público, son denigrados por el presidente, pueden ser desestabilizadas, y la confianza que los americanos tienen en ellas puede ser minada. Sin un jefe ejecutivo confiable, el Congreso, una institución inherentemente rebelde, también verá que es difícil hacer su trabajo, dado que nuestro sistema constitucional depende de sus varias ramas para interactuar unos con otros en la gobernanza.
Una presidencia caracterizada por el pandemonio invade e infecta ese espacio, dejando a las personas inquietas y nerviosas. Y esto a su vez lleva a más polarización, a sentimientos de alienación y rabia.
Un espíritu de inestabilidad en el gobierno hará que los americanos pierdan confianza en nuestras instituciones públicas. Cuando los ciudadanos pierden esa fe básica en su gobierno, resulta en cinismo corrosivo y la aceptación de teorías de la conspiración. Los movimiento y los individuos que una vez fueron considerados radicales se convierten en corrientes.
Un resultado es que las reglas informales y no escritas de la interacción política y humana, que están en el centro de la civilización, se deshacen. Existe una etiqueta democrática; cuando se pierde, las suposiciones comunes que permiten el compromiso y el progreso erosionan. En breve, el liderazgo caótico puede infligir verdadero trauma en la cultura política y cívica.
Todo esto nos lleva a Donald Trump, discutiblemente el presidente más perturbador y transgresivo en la historia americana. Se alimenta de crear turbulencia en todas las esferas concebibles. El radio de explosión de sus actos tumultuosos y temperamento caótico es enorme.
Trump actúa como si el orden fuera fácil de lograr y que tiene que ser revocado mientras que la alteración y el desorden son lo que necesitamos. Trump y sus partidarios no parecen estar de acuerdo, o no les importa. Y aquí está lo verdaderamente preocupante: la alteración solo va a aumentar, tanto porque está enfrentando críticas que parecen provocarlo psicológicamente y porque su teoría de la gestión implica el cultivo del caos. Él ha demostrado a través de su vida un rechazo desafiante a ser disciplinado. Su personalidad desordenada prospera en el caos y la agitación, en los ataques personales violentos y el conflicto incesante. Como lo estamos viendo, su carácter maligno está envalentonando a algunos, mientras que está causando a otros a alzar la voz brevemente (en el mejor de los casos) antes de volver al silencio y la aquiescencia. ¿El efecto sobre el resto de nosotros? No podemos evitar perder nuestra capacidad de ser sorprendidos y alarmados.
Tenemos como presidente a lo más cercano a un nihilista en nuestra historia. Cuando el presidente eventualmente enfrente una verdadera crisis, su ignorancia e instintos inflamatorios empeorarán todo.
Los votantes republicanos y políticos apoyaron a Trump en el 2016, creyendo que era antiestablecimiento cuando en realidad era antiorden. Resulta que es un incendiario institucional. Es una ironía de la historia americana el que el partido republicano, que históricamente ha valorado el orden y las instituciones, se ha convertido en el conducto del caos.