DEDICACIÓN DE SAN JUAN DE LETRÁN
Quizá pueda parecernos extraño celebrar una fiesta y la Eucaristía del domingo por la dedicación de un templo físico, la basílica madre de la Iglesia católica: San Juan de Letrán. Históricamente habría algunas razones que destacan la importancia de esta basílica, símbolo de la unidad de toda la comunidad eclesial con Roma, la Iglesia madre.
Social y culturalmente existen otros motivos valiosos en tanto que todas nuestras huellas históricas –templos- buscan en buena medida afirmar nuestra identidad. De hecho, casi todos contamos con un templo en el que nos bautizaron, nos vincularon a una comunidad (universal y local); casi todos hicimos la primera comunión en un templo, nos casamos, llevamos nuestros hijos al templo y hemos despedido igualmente allí, nuestros seres más queridos al momento de su muerte.
Para todo ser humano es importante, desde sus derechos, tener una casa o lar. Su propia casa, que reconocemos como nuestro techo, donde se nos acepta y acoge. ¿Por qué, pues, Dios no podría tener una casa –un templo- en medio de nosotros?
Históricamente encontramos en todos los pueblos y religiones que Dios, cualquiera que sea su identidad, siempre ha ocupado un lugar; su presencia en medio de nosotros. Casi siempre estos lugares han dejado su huella, no solo en el arte humano para la historia sino y, sobre todo, para el sentido de la vida humana, que trasciende, más allá de los límites culturales en dimensiones profundas de sentido, volcadas... a veces, hacia el más allá, bienaventurado. Nuestra esperanza.
En síntesis, serían muchos los motivos para explicar la celebración de este domingo en torno a la figura de un templo, en la tradición de la Iglesia. Sin embargo, el verdadero interés de parte del Espíritu quizá sea reconocer lo que Pablo decía a los Corintios y a nosotros: “Ustedes son edificación –templo-. Santuario del Espíritu, morada de Dios. Es decir: el lugar privilegiado en el cual Dios habita y tiene su presencia en el mundo.
Lo que sí es increíble, desconcertante, es pensar que siendo esto tan claro: ¿Cómo o qué tendríamos que hacer para asumir el mal trato, violento y vulgar, que nos damos a nosotros mismos y a los demás? Entonces, ¿Qué significa realmente que el ser humano, sea el santuario vivo de Dios en el mundo?
En el evangelio Jesús reacciona contra esto. Su celo lo lleva a desbaratar los “cambuches de negocio” que habían hecho del lugar de la presencia de Dios, del templo, sus contemporáneos. Como dijo: lo habían convertido en cueva de ladrones. Sabemos que se refería a su propio cuerpo, como lugar sagrado de la presencia de Dios. Los discípulos lo entendieron, pero los fariseos, no. O mejor, no lo quisieron entender, como tampoco nosotros; parecería, que no lo queremos entender al mirar la forma como nos tratamos y tratamos a nuestros hermanos hoy .