Del Tíbet a La Escombrera
Empezó a convocar a los dioses del Tíbet en el resistero del mediodía, cuando el quórum de principales se había esfumado. Al concertista Miguel Ángel Bedoya Gil, de la unidad de víctimas, le importó un bledo el escueto auditorio y siguió adelante con su plegaria musical.
A su alrededor se sentaron esperanzadas fragilidades de “Mujeres caminando por la verdad”. Se ubicaron sobre toneladas de escombros depositados desde los tiempos de las múltiples operaciones “Orión” que se dieron. La ilusión de los familiares es encontrar los restos de sus seres queridos para decirles que el olvido no figura en su agenda. Y darles cristiana sepultura bajo el sol.
Sudoroso, Bedoya desplegó los cuencos originarios del Tíbet y empezó a arrancarles silenciosos sonidos como para no despertar a las víctimas de las violencias que ha padecido Medellín. A la música de los cuencos se le podía agregar la letra de la canción de Rubén Blades: “¿Y cómo se llama a los desaparecidos? Con la emoción apretando por dentro”.
Antes de que los instrumentos hicieran oír su canto, se escuchó la voz del padre Javier Giraldo en su implacable homilía que estremeció hasta al ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, primer alto heliotropo en desertar.
El discípulo de Ignacio de Loyola fue al grano: “Este momento, queridos hermanos y hermanas, es denso en significado. En este acto de fe, expresado con profundos sentimientos sobre este suelo que esconde entre centenares de toneladas de escombros los cuerpos de numerosos hermanos nuestros convertidos en materia desechable por las dinámicas crueles de una civilización deshumanizada y de unas estructuras de poder que privilegian y sirven a los intereses más inconfesables, queremos afirmar enfáticamente nuestra fe en el valor sagrado de la Vida y repudiar, de la manera más profunda, las prácticas de la anti-Vida materializadas de manera tan patética en este espacio execrado, signo y símbolo contundente de uno de los pecados más horrendos que nuestra sociedad ha incorporado a sus costumbres y rutinas.
Gracias, queridas madres y familiares de los desaparecidos en esta Comuna horriblemente victimizada. Gracias por su lucha tenaz, enfrentada como el pequeño David al gigante Goliat de los capitales y estructuras de poder que nos dominan, para quienes la dignidad humana es un valor decadente y anacrónico que no se compadece con las dinámicas modernas de una civilización tecnocrática que necesita segregar, excluir y degradar para poder adaptarse al dinamismo vertiginoso del progreso”. Para redondear el ceremonial, Bedoya Gil, quien ofrece conciertos en diversos sitios de la ciudad, explicó que “estamos trabajando la reparación emocional”.
Los instrumentos sagrados del Tíbet “nos permiten contactar nuestro ritmo y despejar nuestra mente para aclarar los sentidos y así poder entrar en unos diálogos. La sanación es un camino hacia la libertad”. Amén, amén. (www.oscardominguezgiraldo.com).