Columnistas

Desazón ante la geopolítica bipolar

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26 de abril de 2016

Hace poco escuché a una politóloga decir que quisiéramos o no, el mundo estaba abocado a vivir entre la bipolaridad de la derecha y de la izquierda. Decía que la una sin la otra no puede vivir.

Pero cuando se hacen balances después de tantos años en que ambas han ejercido sus hegemonías geográficas, y se ve la estela de miseria humana que han dejado a su paso, es inevitable sublevarse a que el mundo tenga que estar subyugado por alguna de las dos.

El retrato que Svetlana Aleixievich ha dejado consignado en la destrozada polifonía de voces soviéticas, es cuenta suficiente del fracaso de un mundo comunista que durante más de 70 años se encargó de lacerar el alma humana, para adosar en ella consignas estatales con valores de papel y mentiras que se derrumbaron por su propio peso.

Después de la lectura en que Alexievich retrata el fin de la experiencia comunista y su resultado en lo que ha denominado el Homo Sovieticus, no queda sino pesar y dolor por las consecuencias de un ejercicio ideológico que solo empobreció la riqueza humana, arrebatando uno de los valores más preciados para el hombre: la libertad de acción y de pensamiento.

No ha sido mejor el mundo de derechas. Es también el empobrecimiento humano con el fundamentalismo de una economía de mercado; es un neototalitarismo despiadado que enajena con la idea de producir dinero, comprar y vender, consumir y consumirse, como si la existencia y su felicidad dependieran de ello, lo que ha resultado en millones de vidas reducidas a obtener objetos como medida de valor y felicidad. Ahí se ha sacrificado, inclusive, la vida en toda su expresión (lo mismo que en la izquierda).

En esas democracias camufladas atadas a la ilusión del dinero, han brotado mentalidades ambiciosas, dispuestas a arrasar a quienes estorban su desquiciada carrera hacia una acumulación ilimitada que les resta a otros. Es tanta su perversidad que, en medio de un mundo multimillonario, excesivo en lujos y abundancias, también existe un mundo donde el hambre y la miseria arrasan a millones de seres humanos víctimas de un sistema que los excluye e invisibiliza. Esas pobres existencias representan para el alma de la mentalidad capitalista un olor fétido que debería desaparecer; aunque para su bolsillo, un consumidor en potencia que se debería explotar.

Es una tragedia humana que solo tengamos esas dos opciones. Cuál de las dos con una ética más perversa, más inhumana, más miserable .