Columnistas

Desescalarlo todo

30 de julio de 2015

Ahora que Juan Manuel Santos propone “desescalar el lenguaje” y sugiere que dejemos la “violencia verbal” contra los integrantes de las Farc, porque para él ya no está bien que los llamemos “bandidos, narcotraficantes, terroristas”, que es lo que han sido por años, me pregunto si deberíamos hacerle caso o no para mejorar, supuestamente, las cosas en la mesa de diálogo. Mal estaría si les dijéramos “hijueputas”, “malparidos” o “gonorreas”, con el perdón de los gonococos, y con el perdón de los lectores porque sé cómo suenan estas palabras.

Pero llamar las cosas por su nombre no me parece mal y en estos casos los eufemismos no llegan a buen término, al contrario, cuando se trata de edulcorar el lenguaje para que aquellos que se han hecho merecedores de ser tildados de esa forma no se ofendan y no se paren de una mesa, las consecuencias pueden ser peores; así es como al malhechor uno termina debiéndole cuando atracó, pero no apuñaló, no disparó, entonces debo darme por bien servido porque cuántos no han tenido mi misma fortuna. Las cosas son como son y el lenguaje es amplio y hermoso para que lo limitemos a una simple sigla.

La verdad es que a mí sí me gustaría “desescalar el lenguaje”, a propósito, qué expresión tan fea, pero en otros ámbitos que a veces me preocupan incluso mucho más que si “desescalamos el lenguaje” con los bandidos, narcotraficantes y terroristas de las Farc, nótese que dije Farc.

Esta semana, ante la lamentable noticia de una conductora del SITP que supuestamente había sido violada y luego ante la noticia de que eso era falso, me dio por leer lo que escribió la gente en los foros de varios medios colombianos. Qué dolor, qué odio tan evidente nos corroe en este país. Es como si las palabras salieran de las frustraciones, las perversiones, las ganas de arruinar a quien por sí mismo debe sentirse despreciable.

Y este es el punto al cual quiero llegar, si bien en la mesa de diálogo hay un compromiso importante, un deseo enorme de que se firme la paz, y por eso les preocupa el lenguaje, cosa que está muy bien porque el lenguaje siempre debería preocuparnos, no podemos dejar a un lado que hay un conflicto intenso y una enorme frustración por vivir como se vive a diario en el país que puede lograr que lo que se acuerde en La Habana, muchos ciudadanos que viven con odio no lo aprueben.

Es evidente la frustración de tantos colombianos que han crecido fuertes y sanos en ese cultivo óptimo de resentimiento y rabia que solo este país sabe cosechar; tal vez por eso es que ya, y ya es muy tarde, tendría que trabajarse intensamente en este ámbito para que desescalemos el lenguaje, por supuesto, pero también la desigualdad, la miseria, la corrupción, el odio, todo lo que hace que el panorama en Colombia sea oscuro y enferme hasta el lenguaje