DESGRACIA HUMANA, BENDICIÓN DE DIOS
Un leproso no duda en acercarse al Señor para que Él lo curara. La lepra era una enfermedad maligna y espantosa, su curación era tan improbable como la resurrección, excluía de la comunión con el pueblo, segregaba a un hombre de sus relaciones con el pueblo de Dios. “!Impuro, impuro!”, gritaba él mismo desde lejos, de manera que todos se pudieran parar y evitar así acercarse a él. Jesús toca al enfermo para demostrar así su desprecio por las inhumanas leyes vigentes y demuestra de esta manera que el infringir la ley civil y religiosa, estas leyes no son soberanas ni absolutas.
Jesús se deja “contagiar” de misericordia en su corazón por la necesidad y la fe del leproso, y no teme al contagio de la lepra. El leproso al ser curado se contagió de pureza y de entusiasmo gritando a todos su curación y su hallazgo. Un encuentro en la necesidad, una transformación, un entusiasmo.
Es el encuentro del dolor sin remedio humano con quien tiene poder sobrehumano para curarlo todo. Jesús tiene la respuesta a tantas preguntas llenas de miseria y dolor: ¿Por qué el hambre? Por qué descuartizan niños? ¿Por qué tantas injusticias? Desde el punto de vista humano, toda respuesta es insuficiente y decepcionante, y ante tanta impotencia, se amenaza y se dan ultimátum humanos como única respuesta. Jesús es la respuesta, a condición que se entienda desde la fe. Él se pone en contacto con la humanidad irremediablemente enferma desde el punto de vista humano y quiere establecer con cada uno relaciones personales como con seres racionales y libres.
La relación del Señor con la humanidad doliente no es un gesto de filantropía colectiva. Para Él lo que cuenta es el individuo. Se trata de un amor personal e individual, en nada semejante al anonimato de los grandes hospitales donde cada paciente es un número de habitación con el nombre en la cabecera por si acaso. O con el juzgamiento que le hacemos a las personas que por desgracia caen enfermas o están contagiados de algo que por su forma de ser, pensar o actuar salen de nuestras tribus humanas.
El Señor no admite comparaciones con las preocupaciones de la ciencia frente al mal, porque la ciencia estudia las enfermedades en enfermos concretos, pero la solicitud del Señor recae sobre el enfermo mismo. Cada ser humano en desgracia puede dirigirse al Señor con la oración del leproso: “si quieres, puedes curarme”.