Columnistas

Desnaturalizar

26 de noviembre de 2014

Cuenta una respetada profesora universitaria –feminista, estudiosa de las ciencias sociales–, casada con un artista, que hace unos años, cuando su hijo mayor era un adolescente, pidió permiso para que su novia se quedara a dormir en la casa. Sin vacilar, la pareja se reafirmó como una unión de pensamiento liberal y accedió a la solicitud del joven.

La hija menor tomaba nota en silencio.

Un par de años después, la “niña” tuvo la misma inquietud. El libre pensamiento se demoró en acudir a los labios de los padres, quienes se reunieron en privado a “considerar” el asunto. Los esposos se miraron a los ojos: les costaba reconocerse a sí mismos, Savergonzados de la actitud que acababan de asumir ante su hija por una razón única: era mujer.

Por ahí se pasea un verbo medio académico, sin un sinónimo preciso: naturalizar. Naturalizamos una conducta cuando está tan arraigada en la cultura, tan reiterada y aprehendida, que no la evaluamos ni reflexionamos en torno a ella. Es inconsciente como el acto de respirar.

Cuando nos hablan de violencia contra las mujeres, suele acudir a la mente la cara golpeada, el ultraje, la ablación, el matrimonio de menores, la trata... No obstante, existen formas de discriminación cuya sutileza evita que percibamos la violencia implícita en ellas. Se trata de actos excluyentes que no se llevan a cabo con mala intención –no cabe duda de que los padres del ejemplo anterior pensaban en su hija con todo el amor posible–, sino que responden al peso que la cultura tiene en nuestras vidas.

Las violencias (física, sexual y sicológica) contra las mujeres tienden a ser naturalizadas con mayor frecuencia en las sociedades conservadoras, como la nuestra.

Fuera del ámbito familiar, el panorama también es complejo. Imagine que, solo por ser hombre, usted gana 30 % menos del salario que sus compañeras de oficina, con su misma preparación profesional y carga laboral. Escuche las letras de infinidad de canciones populares: “Consigue una pistola si es que quieres/ o cómprate una daga si prefieres/ y vuélvete asesino de mujeres/ ¡Mátalas!” (el reguetón es caso aparte, patológico); o desarticule algunos dichos populares: “El hombre propone...”.

Nunca sobran las alertas frente a la publicidad y la televisión (en especial la colombiana): el abuso es evidente. Mi generación, por ejemplo, creció con la imagen de la telenovela venezolana Leonela... una mujer enamorada del hombre que la violó.

La sanción social, constante, terca, es fundamental para disminuir o abolir esas formas de discriminación y violencia.

Hasta el 10 de diciembre estará vigente la Jornada mundial de activismo contra la violencia hacia las mujeres y niñas, promovida por ONU Mujeres. Desnaturalizar los comportamientos excluyentes, discriminatorios y violentos contra las mujeres es mucho más que un gran reto colectivo, se trata de un cambio cultural.

As bajo la manga: El estruendo de la “Alborada” anticipa la celebración del cumpleaños de Pablo Escobar, honra su tumba, recuerda la desmovilización del bloque Cacique Nutibara, de don Berna. Usted, ¿se le apuntaría a la “fiesta”?.