DESPEDIDA
Como lo dije en mi última columna, me fui de vacaciones. Hice un recorrido por la costa atlántica con mi novia. Nos fuimos de pueblo en pueblo. Queríamos conocer Mompox, Aracataca, Palomino y por ahí derecho muchas otras poblaciones costeñas en el camino. Ciudades capitales ninguna, salvo Valledupar. Nos fuimos por Urabá y nos devolvimos por Aguachica. Un regreso por la misma ruta contra la que atentó el Eln. Pasamos por todos los departamentos de la costa Caribe menos el pequeño Atlántico. Yo, nacido y criado en estas montañas, con varias generaciones de estas lomas y alimentados todos a punta de arepa, chicharrón y fríjoles, fue como entrar en otro mundo. Una maravilla de país, una diversidad cultural alucinante.
Cruzamos el río Magdalena en bote, nos bañamos en el Guatapurí y el Palomino. Le hice el quite al río Aracataca por un ataque estomacal previo que tuve por tomar agua cruda en Mompox. Mi novia en cambio no dejó de bañarse “donde Gabo seguro se tiró de niño”, decía. Nos encontramos con el mar en Necoclí y Palomino. Nos achicharramos caminando Apartadó, Valledupar y Aguachica. Conocimos Fonseca, Becerril, La Jagua de Ibirico...
Estamos en época de elecciones y por esos lados la cosa va en serio. En Antioquia pareciera que no se avecina ninguna contienda electoral en comparación con lo que está pasando en la costa. Los barones tradicionales están en plena acción allí (por supuesto que acá también pero creo que de una forma más subrepticia). Por donde pasamos había movimiento electoral. Me quedó claro que el case para hacer campaña allí son cuatro toyotas nuevas blancas con calcomanías del candidato, un vallenato de promoción a todo timbal, muchas camisetas, muchas gorras, mucho evento, mucho trago, mucha comida y mucha plata. Los ñoños y los besailes andan sueltos. La vaina es de frente.
Al finalizar el año anterior y comenzar este estuve dándole vueltas a la posibilidad de volver a hacer campaña con Sergio Fajardo, de ayudar en su propósito. He estado alejado de toda actividad política desde hace más de dos años pero ahora quiero volver. Lo que vi en mi viaje de vacaciones reafirmó esta convicción. Me mueve lo de siempre, lo que me llevó a acercarme sin que nadie me conociera a su campaña a la alcaldía en el 2003 a entregar volantes, servir tintos y atender un teléfono: creer que podemos tener un país diferente. Conozco a Sergio. Será un muy buen presidente.
Por lo anterior he decidido dejar de escribir la columna. Este es un espacio que he disfrutado muchísimo pero sé que el nivel de agresividad de la discusión política en el país, de la pobreza del debate y la falta de profundidad, harían que la descalificación y el sesgo contra lo que escribo se agudizasen con mi rol en la campaña y lo convertirían en un ejercicio inútil y desgastante.
Es profundo mi agradecimiento con EL COLOMBIANO y especialmente con su directora. El respeto con que me ha tratado y la libertad que me dio sin reservas han hecho de esta una experiencia formidable, de las más gratificantes en mi vida. Muchísimas gracias a ella y a los lectores.